Soukoku Week 2 [Día 1]

By KyuNaFish - 8:54 p.m.




·         Ah, heart, that believes in others more than itself


Por la mañana, sentados en la azotea del edificio de la agencia, Dazai con ambas manos apoyadas en el suelo y mirando al cielo; su compañero —el chico que tiene los ojos verdes y gatunos— degustando una paleta. Los dos están enfrascados en alguna conversación que de interesante —o siquiera cuerda— no tiene nada.

Para el desayuno, dentro de la cafetería, Dazai coquetea con la mesera como de costumbre y frente a él, el rubio de los lentes lo reprende por milésima vez en el día. Dazai pronuncia algún vago intento de disculpa que parece todo menos eso y cambia radicalmente de tema. Algo sobre el clima, la comida o el café… quizás es una queja sobre su mísero sueldo; lo que sea, el de lentes muestra indiferencia y Dazai no para su parloteo.

Más tarde, andando a lado de Dazai, el radiante chico de cabello blancuzco y sonrisa afable, —¿cómo es posible que se vean tan bien?— conversa sobre algo. Sus pasos están sincronizados y la complicidad que reflejan es tal, que mirarlos de más es lo que genera incomodidad.
Caminan durante un rato hasta que Dazai se despide, amable y con una sonrisa deslumbrante.

Una hora después, con el sol ya escondiéndose y algunas estrellas comenzando a titilar en el cielo, Dazai llega a donde Chūya.

Chūya está sentado en una banca con vista al puerto, sus ojos miran perdidos al mar y en su mano se consume un cigarro que ni siquiera se dignó a probar. Dazai no dice nada, tan solo se sienta a su lado y así contemplan juntos el mar.
A Chūya se le escapa un suspiro y la colilla del cigarro se le cae de los dedos, gira su rostro hacia Dazai y se queda mirándolo un rato: la cabeza está erguida y tiene los ojos cerrados, mantiene los brazos abiertos y ocupando más de la mitad del respaldo de la banca, los dedos de la mano izquierda contraria están a nada de tocar su hombro.

Es incómodo.

—¿Qué haces aquí?

Es molesto.

—Lo estás haciendo a diario.

Es asfixiante.

—Hoy es la quinta vez.

Es doloroso.

—¿Podrías simplemente marcharte?

Chūya hace las mismas preguntas todos los días, y Dazai ofrece silencio como respuesta siempre. Entonces Chūya bufa frustrado y se levanta, yéndose insatisfecho y fastidiado… Sin embargo, esta vez Dazai lo detiene:

—Hoy estuviste siguiéndome. —Chūya no intenta negarlo, notó desde temprano que había sido descubierto.
—Quería saber por qué venías siempre.
—¿Y lo descubriste? —Dazai se pone de pie y por fin, luego de cinco días, se digna a mirarlo.

Chūya niega entonces y se encoge de hombros.

—Pareces feliz… con tus amigos, quiero decir. Así que no entiendo la razón de que llegues a mi lado con un semblante tan deprimente y una actitud tan silenciosa e impropia de tu nuevo yo—. Dazai entonces se ríe y avanza hacia él, deteniéndose cerca (tal vez demasiado, tal vez no) y le casi toca el rostro: —¡ah, corazón, que cree en los demás más que en sí mismo!— exclama con una actitud dramática y una pequeña sonrisa; entonces, por primera vez en la semana, es quien se retira antes.

Chūya se mantiene en su lugar un rato más, desconcertado, con el rostro sonrojado, y sin lograr —querer— entender las palabras del incordio castaño. 

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