Bittersweet XII {Soukoku}

By KyuNaFish - 11:00 p.m.






El viento sopló, arrancando las hojas secas de los árboles y al parpadeo siguiente, también lo hizo, pero habían pasado dos años, y en dos años no sólo se habían esfumado estaciones o simples hojas…

Un otoño más y tal como el pasado, Chūya miró con nostalgia desde el ventanal de su habitación mientras se limpiaba con violencia las lágrimas que se le escapaban de los ojos. A su lado, el café ya estaba frío y el viento había revuelto las paginas de su libro abierto. La pantalla de su celular se encendió otra vez y por el rabillo del ojo reconoció al dueño de los mensajes, pero no respondió. Akutagawa sabía esperar.

Una sonrisilla amarga se le escapó de los labios mientras pensaba en el enfermizo chico que últimamente lo cuidaba tanto.

Pobre Akutagawa. Desde que Tachihara marchó hacia Paris el año pasado, tuvo que hacerse cargo del lamentable Chūya que no hacía otra cosa más que lamentarse y llorar. Gimoteaba en la mañana y pataleaba por las noches, pero nunca hacía nada.

La puerta se abrió sin mucho cuidado y Chūya dio un salto en su lugar, alcanzando a tomar el libro antes abandonado por poco.

—¿Te asusté? —La voz de Dazai sonó fría, aunque su aliento quemaba al rozar la piel.
—Estaba…
—¿Otra vez estás llorando? —Dazai le dio la vuelta y con sus pulgares, sobó sus húmedas mejillas—, ¿por qué no paras de llorar? —Chūya sorbió su nariz y desvió la mirada.

Que era por el libro, quiso alegar, pero inmediatamente se enfrentó a la intensa mirada del castaño, supo que su mentira estaba ya descubierta.

—Chūya, dime por qué siempre lloras.

No hubo respuesta.

Dazai permaneció un rato más en la misma posición, tratando de leer al pelirrojo indescifrable frente a él.

No lo consiguió.

La pantalla del celular de Chūya volvió a encenderse y Dazai fue hasta él antes de que la notificación desapareciera.

—Já. —Su tono fue burlesco y despectivo—; parece que llegué en mal momento.

El castaño se dio la vuelta sin decir más y abandonó la habitación dando un portazo. Chūya se quedó escuchando los pasos de Dazai hasta que se hizo el silencio una vez más. Tomó entonces su celular y río amargamente.

—¿Es en serio? —Masculló apretando los dientes, a continuación, fue hasta la puerta y la abrió—, ¡¿en serio crees tener derecho de ponerte celoso, tú, maldita escoria?! —En el pasillo no había nadie, pero Chūya sentía que Dazai lo podía escuchar si gritaba más fuerte—. ¡Mi relación con Dostoyevski es meramente profesional! ¡Yo no soy como tus putas! ¡No soy como tú!
—Ahora díselo en la cara. —Por un momento, Chūya sintió que su alma abandonó a su cuerpo y se puso blanco.

Pero al girarse, sólo vio a Akutagawa en el extremo contrario del pasillo al que él le estaba gritando.

—Dile que lo sabes, —Akutawaga caminaba con paso firme hacía él—, dile que lo has visto y que te lo cayas desde hace dos años, —de repente todo el coraje de Chūya desapareció y se sintió indefenso—. Dile que sabes que no te ama.

Y otra vez, con las palabras mágicas resonando y los recuerdos bombardeando su cabeza, Chūya estaba llorando.

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