Chūya
una vez le preguntó a Dazai si tenía corazón, y Dazai, sonriéndole de medio
lado, le dijo que no. Luego lo besó y terminó por llevárselo a la cama; fue la
primera vez que tuvo sexo con él. Con alguien. Un par de meses luego de eso, Chūya
una vez más se arriesgó a preguntar algo: —¿me amas?—, Dazai respondió entonces
que preferiría no verlo llorar.
Sin
embargo, al día de hoy Chūya ya no llora.
Es
un poco extraño ser así; echa de menos los arranques de ira o los celos que
solía sentir. Y se aburre con facilidad cuando Fyodor intenta coquetear
inútilmente con él. A veces hasta es molesto, y Chūya siente que podría
romperle la nariz al ruso, pero resultaría en un inconveniente arruinar el
bonito rostro que tanto le gusta a él ver.
—Entonces,
¿por fin te notó? —Fyodor asiente, Chūya bosteza— ¿y?
—Tal
vez sí nos parecemos un poco.
—Te
lo dije.
—Ajá…
—una pausa—, debo irme. Tengo algo que hacer. —Chūya ni siquiera se molesta en
contestar, porque no podría importarle menos.
Suele
ser así… el sexo y luego de.
Acostarse
con Fyodor es alucinante, porque el hombre sabe muy bien lo que hace, pero al
final, si Chūya tiene la mala fortuna de no caer dormido, debe soportar por lo
menos cinco minutos de incómodo silencio, luego un intento de charla aún más
incómoda que termina con la rápida —y muy agradecida— huida de alguno de los
dos.
El
encuentro de hoy es diferente al de la semana pasada, en primera porque es
temprano, en segunda porque hoy Chūya no ha tomado nada de alcohol y está
demasiado lúcido y aburrido, estados que lo arrastran inevitablemente a la
nostalgia.
Sale
del hotel con las manos dentro de los bolsillos del pantalón porque hace frío a
pesar de que la primavera ya llegó. No trajo su chaqueta consigo pero eso no
importa; ni siquiera ha dado cuatro pasos lejos del hotel cuando siente que
alguien coloca un abrigo demasiado largo para él sobre su cabeza.
—¿Gracias?
—Menciona al tiempo en que acomoda correctamente la prenda sobre su cuerpo y
continúa su caminata—, pensé que tenías cosas que hacer. —Fyodor le sonríe, y
se parece tanto a Dazai, que la similitud se vuelve dolorosa.
—Recordé
que quiero ver las flores de cerezo a tu lado…
—¿Otra
vez estás coqueteando conmigo?
—No.
—Chūya se exalta un poco cuando Fyodor le pasa el brazo sobre los hombros.
Porque es extraño y nunca antes lo había hecho. Pero su abrazo es cálido y
después de un rato, comienza a sentirse familiar.
Chūya
decide que los jardines Sankeien están bien porque le gustan y ya no importa si
fue o no primero con Dazai.
El
momento cúspide del florecimiento de los cerezos fue hace tres días, sin embargo,
todavía hay más personas de las que le gustaría ver, pululando en los jardines.
Algunos grupos son familias, pero la mayoría de las personas van en pareja,
¿cómo él?
El
brazo sobre sus hombros desapareció cuando subió al tren con Fyodor, pero éste
se apresuró a tomar su mano a cambio y por alguna razón, no la ha soltado.
Chūya no sabe si eso está bien, pero se atreve a pensar que está mal y aun así,
él tampoco hace algo por romper tan íntimo contacto que tiene con el ruso.
Ambos
se detienen en un puesto ambulante porque Fyodor dice morir de hambre, Chūya
tiene que ayudarlo a sostener las cosas que compra dado que el hombre se niega
a dejar ir su mano; todo aquel malabar sucede bajo la atenta mirada del
vendedor: un muchacho de cabello platinado y peculiares ojos violeta con
amarillo. Chūya jura que lo ha visto, aunque no recuerda dónde ni porqué.
La
tarde cae y el frio toma fuerza, Fyodor nuevamente tiene el cuerpo de Chūya
bajo su brazo al salir de Sankeien; —esto es raro— dice Fyodor de repente, y su
vista está fija en el cielo, —hoy también, en la salida del hotel, estaba él—.
Chūya piensa un «oh» pero no articula palabra. Sus pies se siguen moviendo a la
par de los del ruso. —Creo que me molestó un poco verlo por allí, así que opté
por volver para llevarte conmigo.
Chūya
entiende ahora las acciones de su amante, pero no del todo. La familiaridad con
que se han estado tratando es imposible sea actuada; además, resultaba
innecesario mantener la farsa por tanto tiempo.
—¿Soy
algo así como un tipo de trofeo? —Fyodor los detiene.
—Ni
idea… —Chūya no puede no sentirse diminuto (más) cuando es sostenido así; de la
cintura con tanta delicadeza, y observado con esos ojos púrpura intenso que le
desbaratan y revuelven algo en el interior—; solo sé que no quiero que estés
con él.
Chūya
acaba de recordar que ama ser besado con parsimonia porque esos eran los besos
favoritos de Dazai, y aunque la boca de Fyodor cuenta con labios levemente más
delgados, su sabor también es dulce y peligroso. Esto último lo nota cuando el
beso se rompe y no puede negarse el derecho silencioso de ansiar más.
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