Trouble I {Soukoku}

By KyuNaFish - 9:30 p.m.





Hay muy pocas personas en el bar, una iluminación tenue y algo de jazz sonando quedamente al fondo.

Un sitio agradable.

Dazai echa un vistazo rápido por el lugar; él no está… pero llegará. Tristemente aparecerá en algún momento. Se acerca a la barra y pide un trago de whisky, bebida que se limita a jugar cuando recibe. Sus ojos vagan de un extremo a otro, analizando la amplia habitación; paredes de madera oscura, siete lámparas de luz amarilla colgando del techo; 2 a lo largo de la barra, 5 dispersas sobre las mesas, una alfombra rojo vino que amortigua perfecto el sonido de los pasos…

—¿Qué hiciste hoy con él? —Dazai pregunta sin alzar la cabeza. A su lado, el recién llegado deja escapar una risilla recelosa y extraña, tan ajena a él.

Y no responde algo más.

Dazai lo mira de arriba abajo antes de ponerse de pie y olisquear el aire alrededor, —hoy hueles a suerte*— comenta, al tiempo en que toma uno de los mechones del pelirrojo y tira de él. Chūya gruñe y lo empuja: —¿importa?— Dazai se encoge de hombros como respuesta.

Chūya, el siempre pulcro Chūya.

Oliendo hoy a cigarro barato, con la ropa desprolija y el cabello enmarañado. El intenso azul de sus ojos estando opaco y vidrioso.

 Me duele tanto verte así.

—¿Vienes? —Pregunta el castaño, y Chūya en vez de responder cuestiona si se tomará el whisky olvidado sobre la barra—, no… no tienes remedio.

En un abrir y cerrar de ojos, Chūya desaparece el trago y se encamina a la salida.

Hay un hombre, sentado casi al fondo del bar. Un abrigo oscuro escurre de sus hombros y descansa el codo derecho sobre su mesa, con la mano sostiene de lado su cabeza mientras sonríe de forma lobuna y deja escapar un poco del humo de su cigarro. Dazai lo nota, siente su sucia mirada sobre ellos y le molesta porque lo ha visto y no quería conocer su rostro. Es inevitable comenzar ahora con las comparaciones sobre quién es mejor; aunque conociendo a Chūya, lo correcto será preguntar: ¿quién es peor?

Dazai apura el paso de Chūya y casi a empujones es que lo saca del bar. Afuera hace frio y la calle está silenciosa.

Es tan tarde ya.

¿Para qué?

Para todo.

—¿Por qué lo haces? —Chūya cuestiona, aunque no detiene sus pasos. El castaño va detrás, sin responder, así que el pelirrojo vuelve a hablar: —quizás deba cambiar la pregunta, ¿ahora me quieres? Osamu, ¿eso haces?
—Sería vergonzoso que murieras estando ebrio.
—¡Qué estupidez! —Chūya se carcajea—, sabes mejor que nadie que no estoy borracho, ¿acaso perdiste tu habilidad para crear mentiras?
—Chūya… —El pelirrojo lo interrumpe chasqueando la lengua y se gira; camina ahora de espaldas, lentamente, mirando de frente a Dazai.
—Se parece a ti. —Dazai sabe que no quiere escuchar eso—, quizás es más alto que tú… definitivamente más delgado, tiene el cabello más largo y menos suave, pero es frio y manipulador, como tú… —El castaño se esfuerza por mantenerse impasible—; no me hace bromas pesadas, tampoco se burla de mi baja estatura, pero tiene un brillo malicioso en los ojos y puede sonreír con inocencia fingida, como tú. —Es difícil y doloroso, mostrar que esas palabras no te afectan; sin embargo, Dazai sabe que merece eso y más, por eso se limita a escuchar—. Alaba el azul «puro» de mis ojos y dice que quiere ensuciarlos, ensuciarme, y a ratos me hace creer que piensa es indigno de mí, como tú solías hacer. —¡Detente! Quiere gritar, y como no puede se conforma con morderse la lengua y hacer puños las manos que trae escondidas en los bolsillos de su abrigo—. Le gusta mi cuerpo y acostarse conmigo, pero no me ama, igual que tú.

Hay un silencio doloroso y que congela el ya frio ambiente, Chūya espera una respuesta, una acción; algo que haga el hombre que lo sigue con tanta insistencia pasiva, pero no hay nada.

Nunca lo hay.

Dazai parece estar vacío, siempre indiferente a su dolor. Arreglando todo con sus falsas sonrisas, quitándole importancia a las cosas con su característico encogimiento de hombros. Chūya detiene sus pasos, —hoy no quiero que vengas conmigo.

Dazai obedece, permanece en su sitio mirando la espalda del pelirrojo alejarse cada vez más.

¿Por qué no me sigues? ¿Por qué no insistes un poco más? Te odio.

—Te quiero, Chuuya.

El pensamiento se guarda y ahoga, la declaración es arrastrada por el viento en sentido contrario y al final, a ninguno de los dos les llega nada más que el silencio de una noche vacía


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