A
pesar de que lo intenta, Chūya no logra concentrarse para nada. Por todo el
piso de su estudio hay un sinfín de partituras tiradas, todas con unas cuantas
notas dibujadas al azar y ninguna con demasiado sentido. Kōyō
ya se ha asomado cuatro veces ese día y lo único que hace es mirarlo con la
ceja alzada, acción que sólo crispa más los nervios del pelirrojo, empujándolo
a una locura más intensa.
—¡Saldré!
—Grita con medio cuerpo ya fuera de la casa, Kōyō lo escucha
desde su habitación y se limita a negar.
El
clima de la primavera últimamente es intenso y a pesar de que ya hace un año
que dejó de usar el fedora que le hubiera regalado Dazai, todavía no se
acostumbra del todo al abrasador calor del sol sobre su cabeza y que quema sin
piedad la piel de su rostro.
—Chū… —hay un canturreo molesto—
ya… —y un suspiro después, Dazai está caminando a su lado, con una sombrilla
sobre sus cabezas.
—Bastardo.
—Dazai sonríe al insulto y de reojo mira a Chūya sonreír levemente también. No
dice nada al respecto—. ¿Qué haces por aquí?
—De
paseo.
—Qué
coincidencia. —El castaño extrae un dulce de una bolsa que trae consigo y se lo
extiende:
—Toma,
juro que no está envenenado ni nada por el estilo. —Con algo de desconfianza,
Chūya acepta el obsequio y agradece.
En
silencio, ambos caminan por la calle lentamente.
Dado
que Chūya es compositor, el distrito donde vive es extremadamente tranquilo a
todas horas; gracias a ello es que pueden disfrutar de una caminata tan nostálgica
y amena.
—Chūya.
—¿Hmm?
—Nada,
solo quería decir tu nombre en voz alta.
Chūya
recuerda vagamente que Dazai decía ese tipo de cosas cuando trataba de ligar
con él; en una plática común y corriente, de la nada, Dazai salía con
comentarios pícaros y fuera de lugar, que le provocaban sonrojos violentos y un
vuelco en el estómago que más bien, se sentía como si alguien enojado te
estuviera bailando claqué encima. Era bonito, de alguna forma. Todos aquellos
sentimientos lo hacían sentir vivo después de todo y lo ayudaban mucho cuando
se trataba de componer, pero ahora…
—Ya
no soy capaz de crear una canción de amor, Dazai. —Dazai se detiene, imitando a
Chūya; el suave viento mece los cabellos sueltos del pelirrojo y la luz del sol
ilumina su rostro de una forma etérea.
—Eso
es… —Dazai le acomoda un mechón detrás de la oreja y no retira su mano—, porque
quizás ya no estás enamorado.
—Quizás…
Podría
llorar, Chūya siente el picor típico del llanto en sus ojos, y la adolorida
mirada de Dazai no le ayuda a alejar el malestar.
—Estoy
vacío, Dazai. —Dazai asiente y se traga el enorme nudo que tiene atravesando su
garganta.
—Lo
sé, y lo siento.
—Se
llama Fyodor, es ruso. —La voz le tiembla—. Hace dos semanas fuimos a ver las sakuras
y me besó y estuvo bien. —Un suspiro por parte de Dazai.
—Lo
sé. —Chūya sonríe a penas. Le están empezando a temblar las piernas también.
—Fue
un beso lento y delicado.
—¿Lento
y delicado? —Dazai se acerca cada vez más. Chūya solo asiente, despacio.
El
tiempo a lado de Dazai es demasiado irreal y hermoso, a tal punto que Chūya
quisiera congelarlo.
Congelarse
con él.
Congelarlos
a ambos.
Morir
allí.
—Lo
siento.
Dazai
se disculpa una vez más, y no importa las veces que lo haga, Chūya ya no le
cree. Tampoco le importa dado que su corazón se acelera totalmente y su cuerpo
tiembla, el aire de los pulmones se le escapa y todo en él sube de temperatura.
La sombrilla de Dazai cae y rueda lejos de ellos, la bolsa de dulces imita a la
anterior; Dazai está utilizando ambos brazos para sostener el cuerpo de Chūya
junto al suyo y es tan cálido y hermoso y fatal…
No
hay un beso, ni siquiera el intento de uno, pero un simple abrazo es suficiente
para recordarles a ambos que haber terminado estuvo tan bien y al mismo tiempo
tan mal.
Una
hora después de que Chūya llega a casa, Kōyō entra a su estudio
sólo para verlo dormido sobre un sobre de envío ya sellado con el nombre
«Dostoyevski» en el frente.
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