—Entonces tu
padre era japonés y tu madre francesa.
—Así es.
—Pero luego
de…
—Está bien,
dilo sin cuidado. Si te lo he contado es porque me agradas.
Twain sonrió,
y fue una sonrisa linda y carente de maldad. De verdad era un gran escucha.
—Lo que no
entiendo es porqué tu prima y tu tía se quedaron en Francia.
—Son muy
diferentes a mí, —Chūya jugueteó con la pajilla de su bebida—, tomaron la
muerte de mis padres de una forma más amable que yo y no quisieron huir del
único lugar que guarda recuerdos de ellos. —Twain asintió.
—También soy
hijo único y aunque en lo demás mi situación es diferente, entiendo que hayas
querido escapar porque también es lo que yo hice.
Ambos rieron
al unísono y Chūya se cohibió un poco al notarlo. Se lamentó también por no
haberle dado antes una oportunidad a Twain de acercársele; el americano era muy
buena compañía cuando se quitaba la máscara de casanova que llevaba en clases y
se mostraba más natural.
Más él.
Además, estaba
el plus de que sabía hablar francés y eso a Chūya lograba hacerlo sentir un
poco como en casa.
—¿Te
arrepientes de tu decisión? —Chūya ni siquiera lo pensó, negó con movimientos
de cabeza demasiado rápido.
—Nunca he sido
muy sociable, por lo que no dejé amistades importantes atrás, pero confieso que
extraño mucho la compañía y consejos de mi prima, siempre la sentí más como una
hermana mayor.
—¿Así de
cercanos son? —Chūya asintió y miró hacia la ventana, delgadas gotas de lluvia
comenzaban a estrellarse contra el cristal.
—Nunca conoció
a su padre y mi tía trabajaba mucho para sacarla adelante. Fueron mis padres
quienes estuvieron la mayor parte del tiempo con ella. Cuando nací fue la
primera en cargarme y siempre se ha referido hacia mí como su «pequeño
hermano».
—¡Oh…! Ahora
te estoy envidiando mucho.
Entre risas y
algunas miradas, la charla continuó por un par de horas más.
Para cuando
abandonaron la cafetería, ya era de noche y la lluvia había cesado. El aire se
sentía bien limpio y fresco y los árboles mojados en sus copas reflejaban
maravillosamente la luz de la luna. El camino de vuelta al instituto se tornó
muy agradable y quizás demasiado romántico para ellos que no eran pareja, pero
que evidenciaban algo de interés en serlo.
Era la cuarta
vez que Chūya salía con Twain, y admitía sin querer que el joven le gustaba.
Estar con él era ameno y las horas pasaban demasiado rápidas, sin embargo,
Dazai todavía estaba allí.
Como el
espíritu de una maldición que se negaba a dejar la habitación a pesar de que
físicamente hacía mucho que no la pisaba.
O al menos no
mientras Chūya estaba presente.
—¿Chūya?
Pensando en el
diablo.
Por reflejo, Chūya
se alejó considerablemente de Twain al escuchar esa voz.
—¡Chūya, realmente
eres tú!
Chūya quiso
emprender la marcha nuevamente, pero en cuestión de segundos, Dazai ya estaba
junto a ellos, traía puesto el uniforme y resultaba obvio que se había mojado
con la lluvia.
—¿Estás bien?
—Dazai ladeó la cabeza un segundo ante la pregunta.
—¡Ah! —Se
agitó entonces el cabello y las gotas que se le aferraban segundos antes,
cayeron—, no es nada, —miró un momento a Chūya y luego estuvo a nada de «notar»
por fin que Twain les hacía compañía, pero justo en ese instante volvió la
vista al pelirrojo más bajo y continuó—; ¿vas a la habitación? Vayamos juntos.
En realidad,
no esperó por una respuesta y tomó la muñeca de Chūya para tirar de ella.
Con ese
movimiento fue que Chūya se dio cuenta.
Dazai no
estaba bien.
Todo el rato,
la mano con que ahora lo sostenía había estado oculta en el bolsillo de su
pantalón por lo que no había razón para que estuviera mojada, además, el agarre
era duro y hasta violento. Chūya volvió la vista para mirar a Twain y negar
suavemente, el americano torció la boca pero no los siguió.
—Dazai —Chūya
lo llamó con firmeza—, me estás lastimando.
No hubo
respuesta.
—Dazai, estás
yendo muy rápido.
Nada.
—¡Osamu Dazai,
controla tus malditos celos que no soy un jodido objeto! ¡No te pertenezco!
Dazai por fin
se detuvo, giró, y apresando el pequeño cuerpo de Chūya entre sus brazos, le
estampó un beso en la boca.
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