No es más que un mocoso de 16 años,
emocionado porque por fin tuvo el suficiente dinero para comprar esa
motocicleta rosa de que la que se había enamorado hace unos meses. La máquina
es ligera y veloz a partes iguales, el rugido de su motor le acelera el corazón
cada que suena y su corto vocabulario no le da las palabras necesarias para
describir toda la felicidad que siente cuando el viento salado le acaricia el
rostro siempre que corre cerca de los muelles.
Hoy se siente excepcional también porque
Dazai lo está acompañando y a diferencia de casi todo el tiempo, el castaño se
comporta y se limita a abrazarlo ligeramente por la cintura.
Los muelles están desiertos porque pronto
va a anochecer, el suave golpeteo de las olas a penas se logra percibir en sus
oídos y el aliento caliente de Dazai dándole en la nuca contrasta con el frio
del aire que le pega en la cara.
Luego de un rato, Dazai se inclina más
sobre su espalda y le susurra un «me gusta»; Chūya asiente complacido y acelera
a todo lo que la moto da, Dazai suelta una carcajada entonces y Chūya lo imita.
Es lo más cerca que han estado de la
libertad.
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