A Dazai le gustaba mucho su vecino y a su
vecino le desagradaba mucho él.
Dazai siempre pensó que Chūya era una
niña y por ende lo trataba como tal; le dejaba flores en la puerta de su casa,
hacía dibujos sobre su apabullante belleza y los metía en su buzón. Le soplaba
besos cada que pasaba frente a él e insistía en decirle a su «suegra» que se
iban a casar.
Los señores Nakahara se limitaban a
reírse y asentir porque el pequeño vecino castaño —que siempre vestía de azul
cielo— lucía como un buen caballero que en un par de años entendería que su hijo,
no era una chica.
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