En
toda la noche no dejó de nevar.
Hace
frío por ende y cada que Dazai respira, remolinos de vapor escapan de entre sus
labios y nariz. Ajusta una vez más la nueva venda en su mano y se encoge en la
gabardina roja que cuelga de sus hombros; una sonrisa traviesa cruza por su
rostro.
Escapar
del hospital es muy fácil.
Camina
sin mucha prisa por las calles. Debido a la hora la ciudad está dormida todavía
y todo es muy solitario. Dirige sus pasos hasta el puente de donde se tiró la
primera vez, el día que supo de labios de Ozaki que Chūya ya no estaba. El agua
debajo corre lenta, casi silenciosa. Dado el clima, si esta vez cayera, con el
agua allá abajo tan fría, dolería como miles de cuchillas enterrándose en la
piel. Seguro…
—Luces
fatídico. —Dazai deja escapar una risita ronca y se gira para sonreírle a Chūya.
El pelirrojo llega a él, está serio y sostiene un sobre en la mano.
—No
iba a arrojarme, si eso es lo que crees. Sólo estaba pensando en los «qué
pasaría si…».
Chūya
exhala ruidosamente.
—Ah,
ese suspiro. —Dazai deja de mirar a Chūya y vuelve a concentrarse en el agua
debajo de ellos—. Ahora tú suenas trágico, ¿vas a terminar conmigo?
—No
somos nada. —El castaño asiente, y aunque esa verdad duele más cuando se clama,
no dice nada.
—Entonces…
¿es acaso que te vas? —Las piernas de Chūya tiemblan a penas, Dazai, tan ido
como está, no lo nota.
—Mírame.
—Un
día, una semana, un mes, —ahora es el turno de Dazai para exhalar—, una vida,
¿cuánto se supone que debo esperar esta vez?
—Dazai,
mírame. —Los dedos de Dazai se afianzan al barandal de piedra frente a él,
tanto que duele y lastima.
De
repente el clima se siente más frío y Dazai jura que se está congelando en su
lugar. El vapor que escapa de su nariz es más denso y quizás, sólo quizás,
extraña un poco la calidez del hospital. Quizás no debió acudir al llamado de Chūya.
Quizás aún pueda cerrar los ojos con fuerza y dejarse caer tan suave y
graciosamente como la nieve que aterriza sobre el agua.
—¡Osamu!
—Dazai entrecierra los ojos cuando siente los brazos de Chūya apretarse
alrededor de él.
Es
cálido.
—¿Te
estás despidiendo? —Susurra, haciendo lo imposible por que su voz no se quiebre
antes de que termine la oración—; entonces, de verdad te estás yendo…
El
abrazo de Chūya se aprieta y le saca el aire. Quiere apartarse, pero no puede,
su cuerpo ya no tiene la fuerza suficiente para hacerle frente a nada, y si es
sincero, en este momento sólo quiere desaparecer en los brazos del pelirrojo
para dejar de sentir el vacío que se extiende cada vez más rápido y hasta los
lugares más recónditos dentro de su ser.
Dolorosamente,
luego de un rato Chūya afloja el agarre y lo deja libre poco a poco, da un par
de pasos hacia atrás y le extiende el sobre a Dazai. Dazai lo abre y analiza
muy por encima el contenido:
—¿Lo
leíste? —El castaño se burla, pero el gesto tiembla y cae excesivamente rápido.
No está feliz con esto, más bien está enojado. Chūya lo sabe porque sus manos aprietan
demasiado fuerte el papel.
—No.
—Los ojos de Chūya lo miran fijamente, sin titubear—. Preferiría que tú me lo
dijeras. —Dazai truena la lengua y desvía su mirada de la contraria.
—¿Para
qué? —Ataca amargamente, aún sin mirarlo—, te lastimé y esto no cambia nada. No
quiero tu perdón. Detestaría que me des tu lástima.
—Podría
cambiar muchas cosas… —El susurro de Chūya apenas llega a los oídos contrarios.
Dazai decide ignorarlo.
—Te
conozco lo suficiente para leerlo en tu mirada, no pretendo retenerte si me vas
a ver diario como a un jodido perro extraviado.
—¡Te
pedí que me miraras! —La cabeza de Dazai se sacude cuando Chūya lo toma del
cuello y lo obliga a obedecerlo—; te odio, maldito hijo de puta. Odio tus
desplantes y cuando me sonríes de esa forma llena de arrogancia, odio cuando
crees saberlo todo sobre mis acciones y pensamientos, odio tu fingida
indiferencia acerca del daño que nos haces, odio tu cobardía y que creas que la
escondes bien de mí, odio que tomes decisiones a cuesta mía y que pienses que
está bien, que estás haciendo lo correcto.
Chūya
hace una pausa, por las esquinas de sus ojos se escapan delicadas lágrimas y su
respiración es cada vez más agitada e irregular. Empuja a Dazai de su agarre y
se arranca con dedos temblorosos sus guantes, dejando al descubierto por fin la
piel de sus manos y el impresionante —pero delicado— anillo que Fyodor le dio.
—Sin
embargo, por sobre todas esas cosas… —aunque baja, su voz es segura y el
desafío quema en sus ojos, dándole al azul de sus iris una intensidad
asfixiante. Como un tornado que puede tragarse una nación entera en un
instante—. Te amo.
Un
grito, de algo, tal vez alegría o terror, queda estrangulado en la garganta de
Dazai cuando sus ojos siguen, en una imposible cámara lenta, el anillo que Chūya
arroja al agua y que se pierde demasiado rápido en la corriente.
***
Chūya no miente cuando dice que no leyó el expediente médico~
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