Cuando
Chūya mira al cielo y siente la nieve chocar contra su rostro, se acuerda de su
esposo. Fyodor no lo llama regularmente, pero sí le escribe muchos mensajes de
texto al día; por la mañana, preguntando si se encuentra bien y añadiendo algo
trivial, en las tardes comparte una fotografía de lo vacío que se ve el balcón
sin Chūya leyendo allí, y por las noches le recuerda que su ausencia en la casa
y en la cama se siente demasiado y le pide que vuelva pronto porque lo echa
tanto de menos.
—Tú
y la nieve, ¿así reciben los ángeles en el cielo? —Chūya regresa su vista al
frente. ¿Qué clase de poesía barata es esa?
—Parece
que estás de buen humor, —una pausa; Chūya escanea el cuerpo de Dazai desde los
pies a la cabeza antes de continuar—: has dejado por fin la silla de ruedas.
Dazai
asiente.
—Hace
tres semanas desde la última vez que te veo, pensé que a estas alturas ya
estarías de vuelta con tu marido.
—Y
yo pensé que a estas alturas ya estarías muerto, pero como vez, la vida nunca
nos complace.
—Estás
más cruel que de costumbre. —Chūya lo mira fugazmente, antes de volver la vista
al cielo.
—Tú
estás sensible, que es distinto. —Dazai se ríe, con esa risa maravillosa que
hace años Chūya no escuchaba. Con esa risa que es cálida y puede traer el
verano en pleno invierno.
—Quizás…
Quizás…
Con
total familiaridad, Dazai se acerca a Chūya hasta hacer que sus dedos se rocen:
—No
puedo sentir tu piel… —Chūya da un respingo cuando Dazai le quita el guante a
su mano y la sostiene en medio de los dos—; siempre los usas cuando vienes a
verme, ¿es para que no vea el anillo? —De un manotazo, Chūya le arrebata el
guante y su propia mano para volver a cubrirse.
—No.
—Si
lo niegas tan rápido, es un claro indicio de que sí.
Chūya
no responde, pero deja de ver al cielo y ahora se centra en mirar al frente,
aunque realmente no haya mucho que ver a parte de la fuente. Dazai lo imita y,
ambos, con los dedos rozándose ligeramente, se quedan en total silencio un buen
rato.
—Hice
que Kōyō se enfadara. —Dazai aprieta los labios y se disculpa—; no es por ti.
Soy yo. Yo y mis decisiones, ella quiere que me vaya, pero yo no quiero. No voy
a hacerlo.
—Gracias.
—Chūya asiente y aferra sus dedos a los del castaño—. Yosano está harta de…
nosotros.
—Lo
sé, sé que no quiere que venga.
—¿La
viste? —El agarre de sus dedos pasa a ser un agarre total de sus manos.
Las
vendas de Dazai, los guantes de Chūya; son ellos queriendo estar juntos, pero
siempre separados por algo.
—Se
lo dijo a Kōyō, y Kōyō me pasó el mensaje, lo suavizó y aún así no fue
agradable. ¿Tienes algún tipo de romance con esa mujer? —Dazai frunce el ceño.
—No,
Yosano es para mí, lo que Kōyō es para ti. —Chūya asiente, y la dureza de su
agarre se suaviza considerablemente.
—Te
hago daño.
—Nos
hacemos daño. —Le corrige Dazai.
—Y
aun así…
—Te
necesito aquí.
—Quiero
estar aquí.
Ya
es de noche.
Dazai
se coloca frente a Chūya y le sostiene ambas manos, se agacha lo necesario para
que su frente choque con la del pelirrojo y le sonríe: —tú y la oscuridad, ¿así
reciben los demonios en el infierno? —Chūya sonríe también y luego de encogerse
de hombros, le planta un beso en los labios.
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