Lo último que Dazai podía recordar con claridad era a él, siendo
besado vorazmente por el extraño Nakahara Chūya en medio de una fiesta,
mientras este le metía con la lengua unas pastillas y lo obligaba a tragar.
De acuerdo, quizás no fue totalmente obligado y más bien las tragó por
gusto y porque la boca del pelirrojo era tan suave y caliente y deliciosa… Dazai
sacudió la cabeza, santa mierda, ¡que no podía estar de acuerdo con haber
besado a un hombre y haberlo disfrutado, para colmo!
Sin embargo, en estos momentos ese era el menor de sus problemas
porque, justo ahora, se hallaba sentado sobre pasto verde brillante, vistiendo
un estrambótico conjunto azul de niña y no estaba seguro de si se encontraba
despierto o dormido, sólo sabía a conciencia que ¡maldito Nakahara, que droga
de mierda le había metido?
Probablemente lo mejor sería quedarse allí, hasta que los efectos del
narcótico pasaran, pero ¡oh!, ¡joder!, ¡por la mujer que lo parió! Dazai casi
quiso llorar y patalear cuando lo vio…
—¿Alicia? —No. Dazai rodó los ojos y los cerró—. ¡Alicia! —Esto no
estaba pasando. No—. ¡Alicia, por fin te encuentro! —Quiso aplicar el siempre
útil «si no lo veo no es real», pero putas drogas, ahora mismo nada era real…
Ni siquiera él. —¡Mi querida Alicia!
Soltó un gemido de desesperación y frustración cuando el Sombrerero
Loco lo alcanzó y empezó a canturrear gimoteos en su oreja sobre lo mucho que
lo había estado buscando. Sobre su indescriptible dolor por no encontrarlo
rápido.
—Pero eso ahora ya no importa, mi querida Alicia, ¡por fin estamos
juntos…! ¡Y solos! —Dazai se empujó sobre su trasero hacia atrás y negó, con
sus grandes ojos impresionados viendo a Chūya con horror.
Estaba malinterpretando ese tinte raro en la ultima afirmación del
pelirrojo, ¿verdad? ¡Verdad? Necesitaba que alguien le dijera que sí.
Este Nakahara Chūya extravagante, con su colorido traje rojo y parches
negros, con su ridículo sombrero enorme… ¡por qué mierda seguía siendo hermoso?
¡por qué carajos mantenía en su mirada fría ese tinte lujurioso?
—¡Vamos a jugar! —Gritó y se tiró encima de Dazai, sonriendo como si
fuera un niño inocente y pequeño.
Dazai se lo podría haber comprado, de no ser porque este pequeño
Sombrero le estaba metiendo la mano debajo de la falda.
Reiterando. Drogas de mierda.
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