Hurt XIV {Soukoku}

By KyuNaFish - 6:02 p.m.






Dentro de la cafetería no hay mucha gente; una mujer está tecleando apresurada en su portátil, un par de adolescentes comparten una mesa, —aunque no se miran o hablan porque están demasiado entretenidos con sus respectivos celulares—, un señor de la tercera edad está comiendo una rebanada de pastel y otro más dormita frente a su taza de café. Chūya y Dazai también están en silencio, esperando, en la esquina más oscura del local, a que sus pedidos lleguen.

—Un americano y un té de rosas. —Anuncia ruidoso y alegre el mesero mientras coloca las tazas frente a ellos y se va. Chūya aferra inmediatamente las manos desnudas a su café para absorber el calor.
—¿Rosas…? —Pregunta con la ceja ligeramente enarcada. Dazai se encoge de hombros.
—Curiosidad. —Miente, la verdad es que ni siquiera estaba mirando el menú cuando ordenó.

El silencio se hace una vez más entre ellos, denso e incómodo. Profundo. Chūya está encogido en su lugar y Dazai juguetea con las vendas de sus manos.

—Di algo. —Murmura Chūya y sus dientes chocan con la porcelana fría.
—¿Qué quieres que diga?
—No lo sé, maldita sea, ¡no tengo idea!
—Sí lo sabes, quieres que te diga que yo también te… —Dazai se interrumpe y se escuda dándole un trago rápido a su bebida—. Esta cosa no sabe bien. —Chūya lo mira con los ojos entrecerrados y las manos apretando demasiado fuerte su taza.

Hay silencio otra vez. Luego los adolescentes abandonan el café y la campana en la puerta suena cuando salen.

—Ya lo sabes, que yo también... —Susurra Dazai mirando al suelo, Chūya lo patea por debajo de la mesa para que lo mire.
—Quiero escucharlo, cobarde imbécil. —Dazai boquea, indignado, y con el ceño fruncido se enfrenta a los ojos de Chūya. Lucen tan intensos y desafiantes que no los puede soportar por mucho tiempo.
—¿Por qué? —Chūya aprieta los dientes y lucha por tragarse la obvia maldición.

Debe tranquilizarse.

Dazai le hace la pregunta con un susurro que apenas escucha y sus ojos vagan buscando algo para esconderse. Para huir. Tiene los hombros hundidos y se toca demasiado las manos. Está nervioso e indefenso, acorralado.

Qué gracioso.

El descubrimiento le sirve a Chūya para menguar la ira. Se pone de pie y mueve su silla para situarla a lado de la de Dazai:

—¿Es difícil si me miras a los ojos? —Dice y toma asiento, su hombro choca ligeramente con el del castaño—; está bien. Iremos paso a paso. —Chūya suspira—. ¿Qué es el amor?
—Definitivamente no es lo que cuentan los libros. —Chūya ríe.
—Es verdad.

El mesero reaparece y pregunta si necesitan algo más, no menciona la posición en la que se encuentran o los regaña por haber desordenado las sillas. Chūya pide otro americano y un pastelillo de queso, Dazai permanece sumido en sus pensamientos.

El pedido llega quizás muy pronto.

—El pastel es para ti. —Chūya empuja el plato en frente de Dazai y Dazai aprovecha para atrapar su mano. La estruja un poco, como si con eso se asegurara de que todo es real. Con deliberada insistencia toca en donde el anillo debería estar y el alivio se percibe en su semblante luego de unos momentos al no encontrarlo.
—Lo siento. —Chūya sonríe ante la disculpa—. Perdón. —Dazai lo mira a los ojos por fin y Chūya se deleita en el gesto. Se siente bien; una calidez extendiéndose por todo su cuerpo a pesar de que Dazai siempre es un insulso con todo lo que hace.

Su piel, sus actos, sus palabras, a veces también lo son sus ojos y su sonrisa. Sin embargo, estos dos últimos igual pueden ser acogedores, como la frágil cabaña que sigue en pie a pesar de la tormenta de nieve que hay afuera; es tan pequeña e insegura, tan dada a que el viento se la lleve cuando menos lo esperas. Pero a fin de cuentas es real y entre todo el frío y el peligro, es el único camino para la supervivencia.

El refugio perfecto para soportar la crudeza del exterior.

—Lo que tengo no es algo que pueda curarse… irse. Independientemente de eso, también soy un terrible ser por mí mismo. —La pequeña sonrisa en el rostro de Chūya no desaparece—. Te lastimé y no puedo perdonarme, ¿tú puedes? Ni siquiera me conocías y yo ya deseaba dañarte. Vi tus papeles de transferencia en control escolar, me llevaba bien con la secretaria, hice de todo por tenerte en mi habitación… ¿Crees en la obsesión a primera vista? Eres hermoso, Chūya, llamativo, tus ojos azules prometían desafío y en general gritabas ser un desastre. Yo nunca me equivoco, lo sabes ¿no? —Una nota de desesperación flota en sus palabras—; conocía tus horarios, lo controlé todo… me aseguré de que me encontraras con Nakajima ese día.
—Oh… —Dazai aprieta la mano de Chūya de más sin querer, porque esa expresión no es ni de cerca lo que esperaba.
—Estaba acostumbrado a la atención, nunca hice nada para obtenerla, llegaba por sí sola. Pero resultaste ser la excepción a esa regla. Despreciabas mi presencia e ignorabas mi existir, descartabas la sola mención de mi nombre ¡y me enojabas! Yo sólo quería que me miraras a mí, no a Tachihara, no al otro extranjero… a mí. Necesitaba tus ojos en mí.

Dazai hace una pausa para tranquilizar su respiración y aflojar un poco el agarre firme que mantiene sobre las manos de Chūya. Sus ojos son oscuros y amplios, llenos de anhelo.

—Caí en la desesperación. Desde que tengo memoria recurro a cortarme cuando me siento así, y por primera vez no me detuve a pensar en ti, sólo quería sacar el sentimiento de mi cuerpo. Tu aparición y que me encontraras ese día… jamás estuvo calculado. Nuestro primer beso tampoco. Fue puro impulso humano llevarte conmigo porque estabas tan cerca de Twain… ¡Lo sabía!, —su exclamación es demasiado baja, sonando más como un siseo ansioso—, si no hubiera llegado en ese momento, el beso se lo habría llevado él y entonces sería el fin. Pero otra vez… las mejores cosas de mi patética vida resultan ser las que no puedo controlar. Las que vienen de ti.

Dazai ha terminado, Chūya lo sabe porque sus labios están apretados y dibujando una fina línea recta, sus ojos castaños están aguados y si Dazai parpadeara sólo un poco más fuerte de lo normal, las lágrimas caerían. Su cuerpo está tenso y su agarre duele, pero no es como que de verdad lastime. Inconscientemente, Dazai se está aferrando a Chūya una vez más y hoy, Chūya está lo suficientemente tranquilo para notarlo.

—¿Qué es el amor? —Pregunta otra vez y Dazai se tensa más—. ¿Cariño?, ¿obsesión?, ¿control?, ¿necesidad?, ¿añoranza?, ¿dependencia? ¿Toxicidad? —Chūya  niega—. No lo sé, y sin embargo quiero ser quien sane tus heridas, internas y externas. Quiero que sonrías, pero no a la vida, no a otras personas, quiero que sonrías exclusivamente para mí. Quiero abrazarte, sostenerte todos los días de mi existencia, llenarte de besos cada que se me dé la gana. Quiero seguir sosteniendo tus manos en las mías, aunque duela y sé que suena mal, ¿pero está mal? En mi corazón no se siente mal, se siente como amor.
—Chūya... —Chūya aprieta los labios, esta vez es él quien se aferra al agarre de Dazai.
—¿Osamu…?  

Dazai acerca su rostro lo más que puede a Chūya, sin tocarlo. Sus alientos se mezclan y sus ojos se enfrentan, excavando en la profundidad de los otros, buscando el pedazo que les falta para estar completos.

¿Por qué es tan difícil?

Chūya puede ver el miedo, la duda y la culpa brillando poderosos en los orbes marrones frente a él, también ve el anhelo, la esperanza, y como una mancha más densa atrapa la maldad en el fondo. Porque no es tan idiota como para creer que si lo intentan una vez más, Dazai va a dejar atrás los castigos o la crueldad.

Pero no importa porque esta vez quiere tomarlo todo.

Dazai recoge el dolor de Chūya abrazando protectoramente sus iris azules, ve una apabullante tristeza bailar alrededor también. Pero de igual forma, allí está presente el amor que sus palabras profesan, el cariño suave y un futuro prometedor y curativo. La chispa medio muerta de una vida que podrían tener si se esfuerza lo suficiente.

Pero no importa porque esta vez sabe qué hacer.

—Entonces, si eso es el amor, si ese es tu amor, lo tomo. —Chūya asiente—. Y yo también te amo, Nakahara Chūya.

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