Dentro
de la cafetería no hay mucha gente; una mujer está tecleando apresurada en su
portátil, un par de adolescentes comparten una mesa, —aunque no se miran o
hablan porque están demasiado entretenidos con sus respectivos celulares—, un
señor de la tercera edad está comiendo una rebanada de pastel y otro más
dormita frente a su taza de café. Chūya y Dazai también están en silencio,
esperando, en la esquina más oscura del local, a que sus pedidos lleguen.
—Un
americano y un té de rosas. —Anuncia ruidoso y alegre el mesero mientras coloca
las tazas frente a ellos y se va. Chūya aferra inmediatamente las manos
desnudas a su café para absorber el calor.
—¿Rosas…?
—Pregunta con la ceja ligeramente enarcada. Dazai se encoge de hombros.
—Curiosidad.
—Miente, la verdad es que ni siquiera estaba mirando el menú cuando ordenó.
El
silencio se hace una vez más entre ellos, denso e incómodo. Profundo. Chūya
está encogido en su lugar y Dazai juguetea con las vendas de sus manos.
—Di
algo. —Murmura Chūya y sus dientes chocan con la porcelana fría.
—¿Qué
quieres que diga?
—No
lo sé, maldita sea, ¡no tengo idea!
—Sí
lo sabes, quieres que te diga que yo también te… —Dazai se interrumpe y se
escuda dándole un trago rápido a su bebida—. Esta cosa no sabe bien. —Chūya lo
mira con los ojos entrecerrados y las manos apretando demasiado fuerte su taza.
Hay
silencio otra vez. Luego los adolescentes abandonan el café y la campana en la
puerta suena cuando salen.
—Ya
lo sabes, que yo también... —Susurra Dazai mirando al suelo, Chūya lo patea por
debajo de la mesa para que lo mire.
—Quiero
escucharlo, cobarde imbécil. —Dazai boquea, indignado, y con el ceño fruncido
se enfrenta a los ojos de Chūya. Lucen tan intensos y desafiantes que no los
puede soportar por mucho tiempo.
—¿Por
qué? —Chūya aprieta los dientes y lucha por tragarse la obvia maldición.
Debe
tranquilizarse.
Dazai
le hace la pregunta con un susurro que apenas escucha y sus ojos vagan buscando
algo para esconderse. Para huir. Tiene los hombros hundidos y se toca demasiado
las manos. Está nervioso e indefenso, acorralado.
Qué
gracioso.
El
descubrimiento le sirve a Chūya para menguar la ira. Se pone de pie y mueve su
silla para situarla a lado de la de Dazai:
—¿Es
difícil si me miras a los ojos? —Dice y toma asiento, su hombro choca ligeramente
con el del castaño—; está bien. Iremos paso a paso. —Chūya suspira—. ¿Qué es el
amor?
—Definitivamente
no es lo que cuentan los libros. —Chūya ríe.
—Es
verdad.
El
mesero reaparece y pregunta si necesitan algo más, no menciona la posición en
la que se encuentran o los regaña por haber desordenado las sillas. Chūya pide
otro americano y un pastelillo de queso, Dazai permanece sumido en sus
pensamientos.
El
pedido llega quizás muy pronto.
—El
pastel es para ti. —Chūya empuja el plato en frente de Dazai y Dazai aprovecha
para atrapar su mano. La estruja un poco, como si con eso se asegurara de que
todo es real. Con deliberada insistencia toca en donde el anillo debería estar
y el alivio se percibe en su semblante luego de unos momentos al no encontrarlo.
—Lo
siento. —Chūya sonríe ante la disculpa—. Perdón. —Dazai lo mira a los ojos por
fin y Chūya se deleita en el gesto. Se siente bien; una calidez extendiéndose
por todo su cuerpo a pesar de que Dazai siempre es un insulso con todo lo que
hace.
Su
piel, sus actos, sus palabras, a veces también lo son sus ojos y su sonrisa.
Sin embargo, estos dos últimos igual pueden ser acogedores, como la frágil
cabaña que sigue en pie a pesar de la tormenta de nieve que hay afuera; es tan
pequeña e insegura, tan dada a que el viento se la lleve cuando menos lo esperas.
Pero a fin de cuentas es real y entre todo el frío y el peligro, es el único
camino para la supervivencia.
El
refugio perfecto para soportar la crudeza del exterior.
—Lo
que tengo no es algo que pueda curarse… irse. Independientemente de eso,
también soy un terrible ser por mí mismo. —La pequeña sonrisa en el rostro de Chūya
no desaparece—. Te lastimé y no puedo perdonarme, ¿tú puedes? Ni siquiera me
conocías y yo ya deseaba dañarte. Vi tus papeles de transferencia en control
escolar, me llevaba bien con la secretaria, hice de todo por tenerte en mi
habitación… ¿Crees en la obsesión a primera vista? Eres hermoso, Chūya, llamativo,
tus ojos azules prometían desafío y en general gritabas ser un desastre. Yo
nunca me equivoco, lo sabes ¿no? —Una nota de desesperación flota en sus
palabras—; conocía tus horarios, lo controlé todo… me aseguré de que me
encontraras con Nakajima ese día.
—Oh…
—Dazai aprieta la mano de Chūya de más sin querer, porque esa expresión no es
ni de cerca lo que esperaba.
—Estaba
acostumbrado a la atención, nunca hice nada para obtenerla, llegaba por sí
sola. Pero resultaste ser la excepción a esa regla. Despreciabas mi presencia e
ignorabas mi existir, descartabas la sola mención de mi nombre ¡y me enojabas!
Yo sólo quería que me miraras a mí, no a Tachihara, no al otro extranjero… a
mí. Necesitaba tus ojos en mí.
Dazai
hace una pausa para tranquilizar su respiración y aflojar un poco el agarre
firme que mantiene sobre las manos de Chūya. Sus ojos son oscuros y amplios,
llenos de anhelo.
—Caí
en la desesperación. Desde que tengo memoria recurro a cortarme cuando me siento
así, y por primera vez no me detuve a pensar en ti, sólo quería sacar el
sentimiento de mi cuerpo. Tu aparición y que me encontraras ese día… jamás
estuvo calculado. Nuestro primer beso tampoco. Fue puro impulso humano llevarte
conmigo porque estabas tan cerca de Twain… ¡Lo sabía!, —su exclamación es
demasiado baja, sonando más como un siseo ansioso—, si no hubiera llegado en
ese momento, el beso se lo habría llevado él y entonces sería el fin. Pero otra
vez… las mejores cosas de mi patética vida resultan ser las que no puedo
controlar. Las que vienen de ti.
Dazai
ha terminado, Chūya lo sabe porque sus labios están apretados y dibujando una
fina línea recta, sus ojos castaños están aguados y si Dazai parpadeara sólo un
poco más fuerte de lo normal, las lágrimas caerían. Su cuerpo está tenso y su
agarre duele, pero no es como que de verdad lastime. Inconscientemente, Dazai
se está aferrando a Chūya una vez más y hoy, Chūya está lo suficientemente
tranquilo para notarlo.
—¿Qué
es el amor? —Pregunta otra vez y Dazai se tensa más—. ¿Cariño?, ¿obsesión?,
¿control?, ¿necesidad?, ¿añoranza?, ¿dependencia? ¿Toxicidad? —Chūya niega—. No lo sé, y sin embargo quiero ser
quien sane tus heridas, internas y externas. Quiero que sonrías, pero no a la
vida, no a otras personas, quiero que sonrías exclusivamente para mí. Quiero
abrazarte, sostenerte todos los días de mi existencia, llenarte de besos cada
que se me dé la gana. Quiero seguir sosteniendo tus manos en las mías, aunque
duela y sé que suena mal, ¿pero está mal? En mi corazón no se siente mal, se
siente como amor.
—Chūya...
—Chūya aprieta los labios, esta vez es él quien se aferra al agarre de Dazai.
—¿Osamu…?
Dazai
acerca su rostro lo más que puede a Chūya, sin tocarlo. Sus alientos se mezclan
y sus ojos se enfrentan, excavando en la profundidad de los otros, buscando el
pedazo que les falta para estar completos.
¿Por
qué es tan difícil?
Chūya
puede ver el miedo, la duda y la culpa brillando poderosos en los orbes
marrones frente a él, también ve el anhelo, la esperanza, y como una mancha más
densa atrapa la maldad en el fondo. Porque no es tan idiota como para creer que
si lo intentan una vez más, Dazai va a dejar atrás los castigos o la crueldad.
Pero
no importa porque esta vez quiere tomarlo todo.
Dazai
recoge el dolor de Chūya abrazando protectoramente sus iris azules, ve una apabullante
tristeza bailar alrededor también. Pero de igual forma, allí está presente el
amor que sus palabras profesan, el cariño suave y un futuro prometedor y
curativo. La chispa medio muerta de una vida que podrían tener si se esfuerza
lo suficiente.
Pero
no importa porque esta vez sabe qué hacer.
—Entonces,
si eso es el amor, si ese es tu amor, lo tomo. —Chūya asiente—. Y yo también te
amo, Nakahara Chūya.
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