—¡Osamu!
—Sorprendido, Dazai aleja rápidamente a la chica a su lado. La pelinegra de
ojos cafés frunce el ceño y mira por sobre su hombro, buscando presta al dueño
de esa voz; un pelirrojo bajo se acerca a ellos, un halo de molestia lo
envuelve y pisa fuerte y rápido—. Eres un imbécil. —Dice, esta vez no necesita
gritar para que lo escuchen puesto que ya está junto a ellos, tomando asiento
en su mesa—; ¡te dije explícitamente que debías recoger la correspondencia el
lunes y hoy ya es jueves!
—¿Lo
siento…? —Dazai pone cara de cara de cachorro arrepentido y el pelirrojo bufa
ante eso—. ¡Lo olvidé por completo, amor!
—Esperen,
¿le dijiste «amor»? —Interviene la chica de repente, su cara es un poema y Chūya
por fin se digna a prestarle atención.
Es
bonita, alta y de rostro delicado. Su ropa cara indica que debe tener una
jugosa cuenta bancaria.
—Sí,
así me dice. —Chūya sonríe y muestra, engreído, la sortija en su mano—, ¿a ti
no te llama así?, ¿no te dio un anillo? —La pelinegra eleva una ceja
lentamente, mientras mira a Dazai, incrédula.
—Es
que tú no eres mi amor. —Dazai se encoje de hombros al tiempo en que la mira.
Sin
decir nada más, ella coge, lo que sea que estuviera tomando, y se lo arroja al
castaño a la cara antes de darse la vuelta y marcharse.
Chūya
comienza a reírse por todo el espectáculo y en los labios de Dazai se forma
lentamente un ridículo puchero.
—¿Qué
se supone que estabas haciendo? —Chūya pregunta; a continuación, toma una servilleta
y se dedica a limpiar suavemente la cara de Dazai.
—Estaba
aburrido, no me prestabas atención…
—¿Y
por eso vas y me eres infiel? —Bromea, Dazai le sujeta la muñeca y lo mira.
—Estaba
coqueteando con ella, sí, pero jamás cruzaría la línea. No de esa manera. No
otra vez. — Chūya asiente, despacio. Suelta la servilleta húmeda y ahora toca
el rostro del castaño únicamente con sus dedos.
—Lo
sé… —Dazai no deja de mirarlo fijamente y sigue sin soltar su mano.
Ambos
han estado yendo con Mori, el doctor de Dazai. Mori le advirtió a Chūya desde
el principio que sería muy complicado para el castaño dejar los viejos hábitos,
además de que su inseguridad, arranques de ira o celos, así como su costumbre por
cortarse la piel, jamás se irían. Chūya lo tiene difícil porque no sólo debe
hacerse cargo de las acciones de Dazai, si no también de las propias. Ya no es
el mismo de antaño y en su corazón, dolores como el resentimiento, la culpa y a
veces la impotencia, lo atacan también.
—Te creo, Osamu —Chūya se acerca para descansar la
frente en el hombro de Dazai—, ¿puedes creerme tú a mí?
—Lo hago.
—Bien. Entonces, volvamos a casa, quiero que
escuches mi nueva composición.
Viven en la casa que antes era también de Kōyō,
sólo que ella ahora ya no está allí. Hace unos meses que viajó a Francia y al
parecer encontró a alguien por quien quedarse, porque no parece querer regresar
a Yokohama. Por su parte, Dazai y Chūya son una pareja peculiar, según
opiniones de sus vecinos.
—¡Ah!, ¿por qué no es deprimente? —Dazai se queja
y Chūya bufa, golpeando descuidadamente las teclas del piano.
—Eres un imbécil, siempre arruinas todo.
—¡Es que no voy a poder suicidarme con esto —Dazai
señala despectivamente las partituras— tan meloso! ¿Acaso estás enamorado? —Chūya
se sonroja violentamente y le arrebata su trabajo con un manotazo.
—¡Cuando quieras, yo puedo matarte si tanto te
apetece!
—Ah… ¡Chūya está completamente enamorado de mí!
—¡Te odio!
Chūya coge la cartera a su lado y sin pensarlo
demasiado, se la arroja a Dazai. Por supuesto, Dazai la esquiva con facilidad y
comienza a correr por toda la casa, vociferando que Chūya lo ama mientras éste corre
detrás de él para que cierre la boca de una vez.
Son ruidosos. Casi todo el día se la pasan gritando
y el estrepito de cosas rompiéndose suena demasiado a menudo. También es Chūya
quien limpia el desastre al final de sus riñas y prepara algo de comer porque
se han cansado.
Los viernes poda el césped del patio delantero y
los sábados se concentra en la parte de atrás. Todos los lunes viaja a Tokio
para reunirse con los interpretes de sus composiciones y, el primer jueves de
cada mes, se encuentra con Fyodor.
Porque a pesar de todo se aprecian y conservan
una historia más allá de lo que Chūya tiene con Dazai; además de que el ruso es
lo bastante dadivoso como para pagar cuantiosamente por su trabajo.
—¡Te amo!, ¡yo también te amo! —Chūya esconde la
cabeza en el pecho del castaño cuando logra alcanzarlo y ambos van a dar al suelo.
—Yo te odio. —Dazai larga una carcajada y aprieta
a Chūya más contra sí mismo, a pesar de que él lo está golpeando.
Se quedan un rato tumbados en la alfombra, Chūya
ocultando su sonrojo y murmurando maldiciones, Dazai sonriendo como el bobo que
es, dejando que su amor, escuche el
alocado latir de su corazón cuando están así de cerca.
Son escandalosos, sí, como un par de chiquillos
inquietos, pero hay ratos en que la casa está tan silenciosa que parece deshabitada.
Momentos en los que Dazai es más idiota de lo normal y asfixia a Chūya entre
sus brazos, o lo obliga a acurrucarse con él debajo de las mantas mientras le
lee un libro o ven una película.
Son bonitos.
Cuando Chūya está arreglando las flores del jardín
y Dazai aparece gritando de la nada que lo ama.
Son
adorables.
Cuando Chūya está estresado porque se atrasó con
su trabajo y Dazai le prepara galletas y se monta toda una película con dichos
alimentos deformes para hacerlo reír.
Son fuertes.
Cuando Dazai tiene una crisis y Chūya se queda en
vela, si es necesario, con tal de que el castaño pueda sonreírle al día siguiente.
Son incondicionales.
Cuando alguno de los dos se enferma y el otro se
hace cargo de sus tareas demasiado perfectamente, tanto que te hacen pensar, ¿cómo
es que se conocen así?, ¿cuánto tiempo al día se miran?
Son Dazai Osamu y Nakahara Chūya.
Con su amor golpeado y sus esperanzas opacas. Con
sus anhelos moribundos y un sinfín de desconfianzas varias.
Con su determinación brillante y voluntad de
acero.
Chūya y Osamu, al final, son sólo un par de
sujetos que se aman más allá de lo aceptable.
0 comentarios