· Your goody
two-shoes act also puts me off
Es
difícil comprenderlo y también, una pérdida de tiempo el siquiera intentarlo.
De
niños, Chūya
nunca pudo entender la mente de Dazai; el castaño era alguien errante, callado
y marchito. Jugaba videojuegos de vez en cuando pero no parecía disfrutarlo,
sonreía contadas veces, y nunca lo hacía por alegría. Era altanero con todos y
tenía una mirada adusta.
En
la adolescencia, cuando de cruzar sólo sus caminos pasaron a una convivencia
obligada e incómoda, Chūya descubrió en Dazai arrogancia y sarcasmo,
maldad vacía nacida de un crudo aburrimiento y una mirada cruel y sombría.
Desinterés hacía todo y todos. Frialdad, cinismo y violencia.
No
obstante, actualmente y con el castaño haciendo todo lo contrario a lo que hizo
la mayor parte de su vida, se hizo más complicado descifrarlo. Se volvió
impensable, de hecho. A Chūya adolescente eso le molestaba por una muy
simple razón: él, —contrario a Dazai—, fue fácilmente leído. Entendido.
Resultó
ser muy predecible.
A
Dazai no le costó saber ni un poco que el pequeño pelirrojo de ojos azules era
tan crédulo, inocente, leal y blando de corazón como cualquier perro
abandonado. No tardó en encontrar su debilidad por aquellas cosas que
parecieran desafiantes o que, siendo ya más grandes, halló una patética forma
de llenar su carencia de amor adquiriendo cosas costosas y bebiendo. Que adoptó
los finos modales de Ozaki y como un plus, se llevó también algunas actitudes quizás
demasiado «delicadas» para un hombre. Incluso supo, —tal vez antes que el mismo
Chūya—,
que éste estaba enamorado de él.
A
Chūya
adulto, a diferencia del Chūya niño y adolescente, ya nada de eso le importa.
Secretamente
—o quizás no tanto—, deseaba ser como Dazai cuando grande. Quería frialdad en
su corazón para tener poco tacto con el enemigo, estudiaba mucho y leía a cada
oportunidad libros que le ayudaran a pensar en grandiosas estrategias. Luchaba
con todas sus fuerzas día a día para estar a la altura del castaño y poder así
plantarle cara, pero no podía. Dazai siempre estaba un paso avante, y con el
tiempo comenzó a estar dos, tres, cuatro… una vida entera por delante de él.
Fue
entonces, cuando ya no lo quería o siquiera pensaba en ello, que por fin lo
logró.
Chūya
sabe que no es un genio como Dazai, que su temperamento tampoco es circunspecto
y en cambio él es impulsivo. Entiende, y sobre todo acepta de buena gana, que
carece de aquella chispa sarcástica y divertida que el castaño posee y que por
lo tanto, no le es fácil iniciar conversaciones casuales o siquiera hacer
amigos. Sin embargo, a pesar de todo eso; de pie, en medio del campo de batalla
y rodeado de cientos de cadáveres, Chūya sí es capaz de fumarse un
cigarrillo con toda la calma del mundo mientras riachuelos de sangre corren
bajo sus zapatos.
Dazai solía burlarse de él por su
reticencia al asesinato violento o innecesario: «tus actos de niño bueno me
molestan», le decía a menudo y a Chūya eso le dolía y lo hacía
llorar todas las noches.
No
obstante, ahora, cuando de vez en cuando Nakahara se digna a observar los ojos
de alguien a quien está a punto de matar o piensa en el caos que genera sin
siquiera usar Corrupción y lo poco que eso le importa, lo insatisfecho que eso
lo deja, se pregunta si tampoco sentirá nada cuando mate a Dazai. Si cuando le
corte la garganta lentamente, el castaño todavía llegará a pensar que Chūya
es un niño bueno.
0 comentarios