Chūya
es consciente de que marcharse como si nada de la ciudad, sin anunciárselo a
nadie a parte de su hermana, no estuvo bien. Es cuestión de tiempo para que Gin
o Tachihara noten su ausencia y vayan a importunar a Kōyō, preguntando por él.
La verdad es que eso no le preocupa dado que le dejó indicaciones claras a su
hermana por si algo así sucedía, sin embargo, Chūya no mencionó a Dazai y en el
fondo de su corazón, le intriga sinceramente saber si el castaño notará en
algún momento que ya no está más en Yokohama.
Quisiera
verlo, escucharlo, abrazarlo, besarlo… enredarse con él una vez más.
Una
última vez.
Pero
se queda todo en deseo, porque no va a hacerlo. A su lado, Fyodor se remueve un
poco sin dejar de abrazarlo. Siente su cálida respiración sobre su nunca y se
esfuerza por no cerrar los ojos aunque el sueño trata de arrástralo con él.
Chūya
no es tonto. Chūya sabe que si se duerme, Dazai va a aparecer para tocarlo y
quererlo, para llenarle de mentiras dulces la cabeza, para dañarlo y quebrarlo
un poco más esta noche.
Se
siente estúpido y frágil, y se odia porque no asimila completamente cómo es que
dejó, Dazai lo convirtiera en eso. Él no dependía de nadie, nunca había llorado
amargamente mas que cuando murieron sus padres… Era fuerte y feliz. No un
patético ratón huidizo y llorón. No una damisela angustiada que ruega por amor.
Eleva
desganado su mano izquierda y observa en su dedo anular el anillo que Fyodor le
dio ayer; es una joya hermosa y pequeña, pero se siente tan pesada y ajena a
él. No la quiere, y ni siquiera comprende porqué la aceptó… porqué aceptó irse
con Fyodor.
Es porque eres un cobarde.
—Fyodor…
—Chūya lo llama; el ruso no despierta—. Fyodor… —una vez más— Fyodor… —No hay
resultado.
Con
mucho cuidado, Chūya se levanta de la cama y sale a hurtadillas de la
habitación, celular en mano. Camina hasta el balcón que da al patio y la noche
lo saluda con una caricia helada. La luna menguante lo mira desde el cielo,
como acusándolo.
¿Qué vas a hacer?
El
celular es nuevo, no tiene ningún contacto registrado salvo el de Fyodor y Kōyō,
sin embargo, Chūya se sabe ese maldito número de memoria y sus estúpidos dedos
lo están marcando.
Un
tono, o quizás ni siquiera llega a sonar completamente, cuando un «Chūya»
cantarín pero melancólico le responde acompañado de un «no te amo». Chūya se
traga un sollozo y cuelga.
Dazai
se está riendo del otro lado.
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