Justo
unos instantes antes de que la alarma sonara, él despertó. Se estiro lo más que
pudo estando aun sobre su suave colchón y suspiro. Retorció su delgado cuerpo
entre las colchas e inhalo con fuerza el perfume que despedía su almohada.
Gruño molesto, tenía que bañarse y él, especialmente, odiaba tener que hacerlo,
el agua le picaba el cuerpo y lo hacía estremecer. Se metió de mala gana en la
ducha y se dio un regaderazo fugaz; no más de diez minutos bajo aquel liquido o
su piel se arrugaría cual pasa… ¡qué horror! Luego de eso, se movió aun
perezoso hacia el armario y descolgó un traje de color gris; creyó que la
camisa en color negro que tenía a lado iría genial con él. Se vistió; quedo más
que satisfecho con lo que veía en el espejo. Como último toque, tomo su querido
collar de oro, —del cual colgaba un hermoso dije de media luna—, y se lo coloco
por debajo de la camisa.
Tenía
hambre, demasiada, pero cuidaba su figura. No se permitía nunca aumentar de
peso. Busco en el refrigerador y abrió una botella de leche bien fría, la
observo; tenía mucha flojera como para ir en busca de un vaso, así que sin más,
bebió directo de la botella. La leche, blanca y de textura suave, bajo por su
tráquea y se acomodó en el estómago, sin darse cuenta, acabo con el litro en un
santiamén.
Afuera
hacia algo de frio, suerte que había llevado consigo su abrigo. Algunas de las
personas a su alrededor hasta cargaban paraguas, ¿y cómo no? La lluvia que
había caído la noche anterior representaba un buen motivo para considerar
llevarla.
Caminaba
con todo el estilo y glamour que tendría un modelo o una superestrella de
Hollywood, a mitad de camino, se topó con su vecino:
—¡Hola!
—Le saludo el caballeroso Choi Siwon, acompañado de su inseparable amigo bugsy.
Como
respuesta, él asintió y sonrió, sin embargo, bugsy solo le enseño los dientes,
¡ha como odiaba a ese perro…! Como odiaba a todos los perros del mundo en
realidad… y como lo odiaban ellos a el también. Cada que pasaba cerca de alguno
lo molestaban, reconsideraba el hecho de que pronto tenía que hacerse de algún
medio de transporte, un vehículo último modelo como el de su jefe no estaría nada
mal… Su jefe… Dios… ¡Su jefe! Se mordió inconscientemente el labio inferior de
solo pensar en él. Es que ese tipo, ese hombre tan serio lo ponía mal. Por
aquel hombre que ni lo miraba por si acaso, era el único motivo por el que él
se vestía de esa manera, actuaba tan educado y se cuidaba tanto, además claro,
de que solo por él, seguía soltero.
Llego
temprano a la oficina como siempre, sobre su escritorio estaba ya una pila de
papeles enorme, que a sus ojos, casi podía tocar el techo de la construcción.
—¿Todo
eso es mío? —Pregunto más para el que para sus compañeros.
—Todo.
—Le dijo Kyuhyun sonriente, tomándose el atrevimiento hasta de posar «sus
sucias manos» sobre su impecable hombro—. Y hay más. —Kyuhyun le señalo con el
dedo hacia un escritorio contiguo—. Eso también es tuyo, suerte con eso.
Kyuhyun
le guiño un ojo antes de desaparecer con una estúpida sonrisa en sus labios… si
pudiera, si tan solo pudiera ser el mismo por unos instantes, el pelinegro ya
estaría suplicando perdón de rodillas ante él. Se sentó como si el cuerpo le
pesara toneladas sobre la silla y, comenzó a trabajar.
Cuando
pensó que su jefe no podía ser más… extravagante, más…. llamativo, más… loco,
este apareció con un nuevo look. El
traje negro y entallado como siempre seguía allí, la camisa bien planchada y la
corbata a juego también, los zapatos caros y lustrosos también iban, hasta la
pequeña línea de delineador que utilizaba para dramatizar sus ojos no faltaba…
pero su cabello… ¡Oh por todos los Dioses! A pesar de que estaba casi enterrado
entre los papeles, pudo ver como pasaba delante de él; con paso firme y esa
seriedad que lo derretía, todos sus compañeros susurraban ya sobre el cabello
y, él… él tenía que admitir que a pesar de lo que ese hombre se hiciera,
seguiría siendo el dueño de sus pensamientos.
—¡Rosado!
—Kyuhyun apareció de entre la nada y se fue detrás del jefe máximo.
—Sí,
rosado, ¿no crees que me sienta de maravilla?
—Yo
más bien creo que te sentiste algodón de azúcar…
—¡Ah!
Tú no sabes nada.
—Pues
por lo que veo, tú tampoco sabes de colores, querido Jongwoon. Heechul…
—Escucho su nombre salir de los labios del menor y alzo la cabeza.
—¿Diga?
—Sí, Kyuhyun era el socio de Jongwoon y, por ende, también su jefe, por ello
que tuviera que utilizar el «usted» con él, aunque le quemara la lengua.
—¿Verdad
que a Ye le queda muy mal el color?
Por
primera vez… por primera vez luego de dos meses laborando en ese lugar,
Jongwoon lo observo directo a los ojos y Heechul se derritió… literalmente.
—El
que calla otorga. —Sentencio Kyuhyun. Jongwoon trono la lengua y se encerró en
su despacho.
Heechul
seguía en shock, los ojos del ahora peli-rosado, lo congelaron durante esos
segundos y, ahora, pasada ya una hora, él seguía ido, perdido en algún lugar
del infinito, contando ovejas o gallinas tal vez. Su pila de papeles seguía
siendo enorme y no veía posibilidad de terminar. Camino hacia los baños, aun
con paso lento, demasiado perezoso, se detuvo frente al espejo y se abofeteo; una,
dos, tres, quizás más veces, hasta que en verdad le dolieron las mejillas y un
color rojizo se posó en ellas.
—¡Con
un demonio! —Gruño entre dientes—. Soy Kim Heechul… Kim Heechul, ¿por qué tengo
que ponerme de esta forma por culpa de un simple sujeto? No soy una colegiala
enamorada, no soy una estúpida chica. Soy hermoso, perfecto, Kim Heechul no
puede ser la presa… un cazador no puede ser cazado.
Suspiro
varias veces más, se acomodó el peinado y se ajustó el traje, abrió la puerta
con seguridad y camino entre los pasillos contoneando sutilmente el cuerpo;
nada que pareciese vulgar, pero si sensual. Se ganó varias miradas lascivas de
sus compañeras, también de sus compañeros; sin embargo, no se inmuto, sus
movimientos no eran para ellos, Kim Heechul era solo para alguien que tuviera
el suficiente poder y dinero como para mimarlo hasta la saciedad. Kim Heechul
solo era para dormir entre las sabanas de seda, y para montar el bugatti de Kim
Jongwoon.
Era
ya bastante tarde, Heechul había tardado más de lo normal a propósito y para su
suerte, Kyuhyun le había encargado que antes de que se marchara, le entregara
unas fotocopias de sus resultados a Jongwoon… en su oficina… personalmente…
Heechul se relamió los labios y ronroneo.
Jongwoon
estaba de pie, con las manos sobre el trasero ajeno, apretándolo con fuerza.
Heechul estaba sentado sobre el escritorio, de frente a él, con las piernas
enroscadas en su cadera, ¿cómo había llegado a eso? ¡Ah sí! Sucedió luego de
que entrara al despacho y se acercara a depositar los papeles.
—Buenas
noches. —Había saludado el, sin malicia alguna.
—Buenas
noches, Heechul, ¿por qué te has quedado tan tarde?
—Demasiado
trabajo y solo tengo dos manos. —Mintió.
—Ya
veo.
Heechul
observo como Jongwoon se ponía de pie y caminaba hacia él… ¿en verdad caminaba
hacia él? Tembló y cerró los ojos instintivamente cuando la mano del
peli-rosado se alzó:
—Solo
iba a tomar mi saco. —Dijo Jongwoon sonriendo. Heechul suspiro por su
estupidez.
Y
luego lo hizo. Hizo lo impensable, lo que todo este tiempo se había detenido de
hacer. Tomo el hombro de Jongwoon, —quien en esos momentos, ya le daba la
espalda—, y lo beso… con el deseo que sentía por ese hombre a flor de piel.
Se
esperó de todo; que lo despidieran, lo insultaran, hasta que le pegaran tal vez.
Pero ni en sus sueños más dulces, se imaginó que Jongwoon le correspondería.
Por
eso ahora estaba allí, besando a su jefe, sin inhibiciones. Le devoraba la boca
y deshacía el peinado, enrollaba más las piernas y lo atraía a él; el choque de
sus ya despiertos miembros los hizo gemir a los dos.
—Tengo
novio. —Susurro Jongwoon sobre el cuello de Heechul.
—No
me importa. —Arranco la corbata del contrario y arrojo el fino saco al suelo;
desabotono sin miramientos la camisa en introdujo sus frías manos por debajo
del pantalón.
—Lo
conoces… —Algo dentro de él quería detenerse, pero Heechul… ¡Dios! Ese maldito
hombre lo hacía temblar y olvidarse hasta de su nombre.
—Me
tiene sin cuidado. —Heechul no titubeaba, tanto había querido hacer esto que el
simple hecho de que Ye tuviera novio, no le parecía un impedimento válido como
para detenerse.
Más
gemidos, más calor. Heechul se bajó del escritorio al mismo tiempo que hacia
caer los pantalones de Jongwoon.
—Tu
novio… —susurro Heechul mientras se deslizaba hacia la entrepierna del
peli-rosado—, nunca te va a hacer esto tan profesionalmente como yo.
Los
ojos de Jongwoon se pusieron en blanco y su cuerpo tembló. La lengua de su
empleado era tan caliente… tan suave… electrizante.
Jongwoon
despertó a eso de las cuatro de la madrugada, su cuerpo entero perlado en
sudor. El pecho alzándose rápidamente a causa de la entrecortada respiración
que tenía; inhalo y exhalo profundamente para tranquilizarse, ¿qué clase de
retorcido sueño había sido ese? ¡¿A quién se le ocurría tener sueños eróticos
con su empleado?! Lo peor de todo es que le había gustado tanto… Sacudió la
cabeza con fuerza, alejando esos pervertidos pensamientos.
—Miau…
Un
ruido…
—Miau…
No,
en realidad era un maullido.
—Miau…
El
sonido de la bestia se hacía cada vez más fuerte. Jongwoon se levantó de un
salto y piso el frio suelo; rebusco en su habitación… la ventana estaba
entreabierta, seguro el animal se había metido por ahí.
Miro
por debajo de la cama y entre las sabanas… allí lo encontró; todo este tiempo,
el animal se había dormido prácticamente entre sus piernas, tal vez por eso el
sueño raro que acababa de tener.
Jongwoon
pensó en arrojar al animal por la venta, pero se lo pensó mejor. El gato, de un
color grisáceo o café, —con la obscuridad, no lograba diferenciar el
color—, y los ojos verdes le maullaba y
acurrucaba demasiado.
—Eres
un gato tan meloso.
Luego
de regalarle unas cuantas caricias en el lomo, y ver que el gato se arqueaba
con sumo placer, reparó en el objeto que colgaba de su cuello: una cadena de
oro con un dije en forma de media luna estaba allí; «Heebum», rezaba una
leyenda detrás de la luna.
Le pareció tan curioso que
el nombre del gato le recordara a Kim Heechul… y el sueño erótico que tuvo con
él. Sonrió y volvió a sacudir la cabeza, ¿cómo podría mirar el rostro de su
empleado sin enrojecer? A un par de horas de volver a verlo, no sabía cómo
arreglar eso.
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