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Ah, heart, that believes in others more than itself
Por
la mañana, sentados en la azotea del edificio de la agencia, Dazai con ambas
manos apoyadas en el suelo y mirando al cielo; su compañero —el chico que tiene
los ojos verdes y gatunos— degustando una paleta. Los dos están enfrascados en
alguna conversación que de interesante —o siquiera cuerda— no tiene nada.
Para
el desayuno, dentro de la cafetería, Dazai coquetea con la mesera como de
costumbre y frente a él, el rubio de los lentes lo reprende por milésima vez en
el día. Dazai pronuncia algún vago intento de disculpa que parece todo menos
eso y cambia radicalmente de tema. Algo sobre el clima, la comida o el café…
quizás es una queja sobre su mísero sueldo; lo que sea, el de lentes muestra
indiferencia y Dazai no para su parloteo.
Más
tarde, andando a lado de Dazai, el radiante chico de cabello blancuzco y
sonrisa afable, —¿cómo es posible que se vean tan bien?— conversa sobre algo.
Sus pasos están sincronizados y la complicidad que reflejan es tal, que
mirarlos de más es lo que genera incomodidad.
Caminan
durante un rato hasta que Dazai se despide, amable y con una sonrisa
deslumbrante.
Una
hora después, con el sol ya escondiéndose y algunas estrellas comenzando a
titilar en el cielo, Dazai llega a donde Chūya.
Chūya
está sentado en una banca con vista al puerto, sus ojos miran perdidos al mar y
en su mano se consume un cigarro que ni siquiera se dignó a probar. Dazai no
dice nada, tan solo se sienta a su lado y así contemplan juntos el mar.
A
Chūya
se le escapa un suspiro y la colilla del cigarro se le cae de los dedos, gira su
rostro hacia Dazai y se queda mirándolo un rato: la cabeza está erguida y tiene
los ojos cerrados, mantiene los brazos abiertos y ocupando más de la mitad del
respaldo de la banca, los dedos de la mano izquierda contraria están a nada de
tocar su hombro.
Es
incómodo.
—¿Qué
haces aquí?
Es
molesto.
—Lo
estás haciendo a diario.
Es
asfixiante.
—Hoy
es la quinta vez.
Es
doloroso.
—¿Podrías
simplemente marcharte?
Chūya
hace las mismas preguntas todos los días, y Dazai ofrece silencio como
respuesta siempre. Entonces Chūya bufa frustrado y se levanta, yéndose insatisfecho
y fastidiado… Sin embargo, esta vez Dazai lo detiene:
—Hoy
estuviste siguiéndome. —Chūya no intenta negarlo, notó desde temprano que
había sido descubierto.
—Quería
saber por qué venías siempre.
—¿Y
lo descubriste? —Dazai se pone de pie y por fin, luego de cinco días, se digna
a mirarlo.
Chūya
niega entonces y se encoge de hombros.
—Pareces
feliz… con tus amigos, quiero decir. Así que no entiendo la razón de que
llegues a mi lado con un semblante tan deprimente y una actitud tan silenciosa
e impropia de tu nuevo yo—. Dazai entonces se ríe y avanza hacia él,
deteniéndose cerca (tal vez demasiado, tal vez no) y le casi toca el rostro:
—¡ah, corazón, que cree en los demás más que en sí mismo!— exclama con una
actitud dramática y una pequeña sonrisa; entonces, por primera vez en la
semana, es quien se retira antes.
Chūya
se mantiene en su lugar un rato más, desconcertado, con el rostro sonrojado, y
sin lograr —querer— entender las palabras del incordio castaño.