Cinco meses.
Dazai se hizo
inseparable de la noche a la mañana de un chico de último grado; alto, aspecto
un tanto descuidado y facciones duras, cabello rojo oscuro y ojos
impresionantemente melancólicos. Escribía, lo hacía bien. Su nombre: Sakunosuke
Oda.
Irremediablemente,
Dazai pasó a compartir el 90 % de su tiempo con aquel hombre. Además de que no
pasó mucho para que el susodicho lo presentara con otro joven mayor también: Ango
Sakaguchi; no tan alto y no tan rudo ni melancólico como Oda, no tan lindo, ni
tan conocido o engreído como Dazai; sin embargo, resaltaba por sí sólo.
Y dentro de
aquel peculiar trío, era que el único que parecía estar un poco vivo.
Eran
populares, por donde sea que pasaran se llevaban las miradas de hombres,
mujeres, maestros también. Si bien Oda y Dazai eran los «llamativos», a
Sakaguchi se le conocía por ser un genio en potencia. Toda la escuela había
escuchado por lo menos una vez su nombre saliendo de los labios de algún
profesor.
Chūya estaba
terriblemente celoso, y tenía sus razones.
Ni Oda ni Ango
conocieron al Dazai errante, el Dazai casi inhumano.
¿Por qué
entonces…? ¿Por qué eran ellos los que se llevaban el fruto de su duro trabajo?
Chūya pensó ilusamente que él era el único ser sobre la tierra que le podía
arrancar sonrisas al imbécil de Dazai, pero cada que miraba al trío, se daba
cuenta de que no era así…
—Si sigues
frunciendo el ceño de esa forma, se te va a arruinar la cara. —Chūya gruñó y
apartó rápidamente la vista de aquellos tres que estaban sentados al fondo de
la cafetería—. ¿Estás celoso?
—¿Soy tan
evidente? —Tachihara afirmó sin dudar.
—¿Algún día se
lo vas a decir? —Chūya luchó por no buscar a Dazai con la mirada otra vez, en
su lugar, se concentró en mirar el fondo de su plato ya vacío.
Negó suavemente.
—Si tú lo
supiste sin que yo te lo dijera, ¿no debería él también darse cuenta por sí
solo?
—¿Y si nunca
se entera?
—Entonces no
vale la pena. —Tachihara suspiró ruidosamente ante la respuesta, y aunque quiso
excusarse con muchos «peros», dado que obviamente Dazai no iba a darse cuenta
nunca si no se le explicaba con lujo de detalle, al final decidió no agregar
más.
—Ven —se puso
de pie y le ofreció su mano—, te llevaré a tu salón.
Con una última
mirada hacia la mesa de Dazai, y al darse cuenta de que definitivamente sus
movimientos no eran tomados en cuenta, se aferró a la mano ofrecida y caminó a
lado de Tachihara con los hombros caídos.
El avión
despegó, pero sólo se mantuvo escasos momentos flotando porque inmediatamente
regresó al suelo.
Y el saber
porqué sucedió eso, fue incómodo.