Él siempre mentía. Su boca estaba llena de cosas estúpidas y absurdas.
DongHae sabía que lo odiaba, con solo verlo… y si existía el «amor a primera
vista», ¿por qué no algo como «odio a primera vista»? Podía existir, por
supuesto que sí. DongHae lo sabía porque lo sentía, allí, en el lado izquierdo
de su pecho: una opresión desagradable, era odio, puro odio.
*
Demasiado amigable, demasiado sonriente, él era así. Le gustaba ser
amable con todos y siempre estaba dispuesto a ofrecer una sonrisa para
cualquiera que la necesitara, porque KyuHyun era especial: tenía el maravilloso
don de reparar corazones, aunque el suyo estuviera más que destrozado. También
amaba las historias, todas fantasiosas e increíbles: hadas, magos, brujas,
ángeles, demonios… de todo un poco, en su cabeza las historias siempre
florecían. Y a él, Cho KyuHyun, le encantaba compartirlas.
*
Día tras día, semana tras semana, él estaba sentado allí. Ya era
costumbre, algo inevitable. Los ojos de DongHae viajaban hasta el árbol padre y
bajo su frondoso follaje lo podía ver: el inútil pelirrojo de sonrisa afable
estaba allí, haciendo nada, vaya novedad.
Normalmente, DongHae tenía que desviar la mirada inmediatamente —antes
de que el desconocido lo atrapara mirándolo—, sin embargo, hoy no lo hizo. Se
mantuvo en su lugar, de pie al otro lado de la calle, mirando…
*
Y él lo vio, en realidad siempre lo veía. El joven castaño de ojos
enternecedores pero mueca desagradable… KyuHyun no sabía a ciencia cierta lo
que pasaba con aquel muchacho, no obstante, estaba seguro de alguna cosa debía
acongojar su corazón porque siempre que lo tenía cerca, podía sentir su dolor.
*
DongHae se dio cuenta de que fue atrapado demasiado tarde, apartó la
vista sin importarle la delicadeza y que el gesto en sí, denotaba su desprecio,
apresuró sus pasos para alejarse y no miró detrás, de haberlo hecho…
*
KyuHyun sonrió ante aquel gesto, era gracioso, demasiado. Movió su
mano en el aire, como director de orquesta y susurró algo que solo él pudo
escuchar y entender.
*
Esa noche, DongHae se soñó flotando con las estrellas, siendo capaz de
saltar entre las nubes, la risa que brotaba desde lo más profundo de su ser era
fresca y la más alegre que había soltado nunca. El cielo infinito y obscuro se
extendía frente a él, gigante e inexplorable, pero por fin abierto y dispuesto,
solo por él y para él. El frío de la noche golpeaba su cuerpo flotante, y por
momentos era difícil mantenerse erguido, sin embargo era el mismo aire, quizá,
quien con sus contradictorias corrientes lo estabilizaba.
*
—No, —KyuHyun quiso gritarle—, no, no es el aire, soy yo…
Pero no lo hizo, solo se quedó allí, escondido detrás de la luna,
mirando con una pequeña sonrisa cómo es que el castaño desagradable ahora reía
y jugaba como niño pequeño con el cielo. Tuvo ganas, inmensas ganas, de unirse
a él y chapotear entre las nubes, pero se abstuvo nuevamente. Era un momento que
solo le pertenecía al castaño… quizá luego, quizá después.
Algún día tal vez, le susurraría a las hojas el secreto, les cantaría
con versos animados que era un elfo, el cuidador natural de la ciudad. Que
tenía magia y que sus historias no eran inventos… Le llevarían el mensaje al
castaño, por supuesto, le confesaría que esto no era un sueño, que su pequeña
aventura era real…
*