Hay patrullas por doquier y el ruido de sus sirenas es ensordecedor.
Las personas en las calles corren sin rumbo fijo, todos tratando de huir lo más
lejos posible. En sus rostros se dibuja la desesperación pura y sus sollozos
son en extremo tristes.
Es 14 de febrero, día de San Valentín.
Pero los globos escaparon y se perdieron en el cielo nocturno, los
chocolates se derritieron en medio del fuego y las galletas se quemaron hasta
convertirse en cenizas. Lo que hasta hace unas horas era celebración, de la
nada se convirtió en matanza.
Sangre corre en las alcantarillas.
Pedazos de carne chamuscada se atoran en las esquinas.
El humo negro se eleva alto, volviendo la noche más siniestra.
El olor de la muerte, la destrucción y la maldad impregnan Yokohama.
Ango se entierra las uñas en la palma de su mano hasta sangrar, luego
cuelga el teléfono y no puede evitar dejarlo caer.
El centro del ataque fue un pequeño orfanato del centro, no llamaba
para nada la atención, más bien tenía un aspecto empobrecido. Allí vivían cerca
de 50 niños con edades de entre 2 y 13 años, cuidados por 15 nanas, un portero
y 7 conserjes.
Todos empleados de planta.
Nadie abandonaba el lugar nunca.
Todos muertos hoy.
La noticia se extiende como la pólvora y pronto los noticieros
anuncian la triste noticia, la gente se llena de horror e indignación que no
tardan en hacer pública. Las quejas son demasiadas, la censura y condena no se
puede describir con simples palabras.
La ciudad entera vio las llamas azules que cayeron del cielo y dieron
paso al fuego. Vieron al hombre de blanco que parecía bailar al son del
asesinato, ¡un usuario de habilidad!
Esas cosas.
Esos monstruos.
No pueden ser humanos.
«¡Que desaparezcan!»
«¡Que se larguen!»
«¡Mataron niños!»
«Alguien, quien sea, ¡mátelos a ellos!»
«Debe ser la Mafia Portuaria.»
«Seguro peleaba con la Agencia Armada de Detectives.»
«¡Son unos anormales!»
«No quiero vivir en un lugar donde ese tipo de monstruos esté.»
«Son peligrosos.»
«¡No es el primer ataque! ¿Ya olvidaron lo de hace años? Prácticamente
destruyeron la ciudad.»
«El gobierno debería hacer algo.»
«He escuchado que el Ministerio Japonés también usa a ese tipo de
gente…»
Taneda Santōka no aparenta tener algún tipo de reacción a los
comentarios que acusan a la gente que se supone, él protege, pero Ango —de pie
a su lado— sabe que las cosas no son tan sencillas como parecen ser. El
orfanato no era un lugar cualquiera: niños, personal, todos usuarios de
habilidad.
Potenciales futuros subordinados.
¿Cómo sabían?, ¿desde cuándo? ¡Quién se los dijo?
¿Y qué hay de los demás…? El pensamiento ni siquiera acaba de formarse
en su mente cuando Taneda golpea la mesa frente a ellos: —acepta.
Una sola palabra revuelve todo dentro de su estómago, no obstante,
aunque las manos le tiemblan ligeramente, rápidamente recoge su teléfono del
suelo para hacer la llamada en que pacta con el otro demonio.
Y Dostoyevski lo sabe. Por eso se apresura.
Aunque hay incomodidad en el corazón de Chūya, este no duda en
obedecer cuando Fyodor lo mira con cierta súplica urgente en sus ojos.
—¿Qué diferencia hay entre masacrar ancianos, jóvenes o niños?, desde
el inicio, ninguno de nosotros estuvo destinado al paraíso.
El cielo se vuelve alcanzable sólo cuando Chūya activa Corrupción y se
para en medio de todo, observando desde arriba lo pequeña que resulta la vida
vista de allí. La energía pura no tarda en tomar forma y salir disparada de sus
manos: abajo, los estudiantes de un internado de élite ni siquiera logran
gritar antes de perecer.
—¿Y eso es todo? —Fyodor no es quien pregunta.
Chūya se precipita al suelo para pararse delante de él.
Si bien hubo preparación mental previa, el enfrentamiento cara a cara sigue
resultando aterrador. Es como el enano original, con sus ojos prístinos y el
pésimo gusto para vestir; pero los colores son distintos, además de que no hay
sangre, locura o dolor y las marcas de Corrupción en sus brazos retroceden sin
que Dazai tenga que hacer nada.
—Chūya, ¿ahora matas inocentes? —
¿Ahora que ya no me necesitas?
Chūya se muestra imperturbable, pero sólo él sabe que en lo más
profundo de su cerebro algo parece haberse encendido de pronto y quiere atrapar
ese calor agradable, sin embargo, Fyodor no lo deja siquiera intentarlo.
—Dazai… —En la voz del ruso hay advertencia y peligro—, ¿para qué
encender fuegos artificiales si no hay nadie mirando? —Osamu se ríe.
—Si lo sabías, entonces ¿para qué continuar?
El castaño es peligroso.
Para nada es vanidad, es que Chūya conoce sus capacidades —el alcance
de su horroroso poder—,
y si el extraño lo conoce también debe saberlo: que en un suspiro Chūya pude
derribar una ciudad entera. Así que ¿qué hace allí parado, como esperando la
muerte mientras sonríe fríamente? Chūya no tuvo tiempo para colocarse los
guantes, por lo que no le toma mucho esfuerzo intentar llamar a Corrupción otra
vez, mas Fyodor lo detiene atrapando una de sus manos e instándolo a retroceder.
—Nos vamos.
—¿Por qué? —Dazai le gana en hacer la pregunta a Chūya, y Chūya siente
escalofríos por todo su cuerpo porque el agarre de Fyodor es duro.
Porque no entiende la charla que se desarrolla frente a él.
Porque «Dazai» lo está mirando de una forma extraña; como si lo viera
todo y nada a la vez.
Como si fueran viejos amigos.
Como si conociera todos los secretos que él no logra obtener cuando
busca en sus recuerdos.
Chūya vuelve a sentir el tirón en su brazo, a continuación, todo alrededor
se vuelve blanco y luego su cuerpo vuelca sobre Fyodor, que lo abraza demasiado
posesivamente y le cubre los ojos con la mano.
Detrás de él, alguien grita «Dos».