La primera vez
fue bastante torpe por culpa de la inexperiencia de Chūya, pero dentro de todo,
Dazai había sido muy delicado con lo que hacía. Lo cuidó. Fue tierno y Chūya
jamás se ha arrepentido de haberle entregado sus primeras veces al castaño.
El principio
de su noviazgo fue la época más dulce de su vida, Chūya no puede no pensar en
ella sin sonreír con nostalgia. Las peleas absurdas, los gritos histéricos,
aquellos celos tiernos que a nadie dañaban y en su lugar, embellecían un poco
más los besos y arrumacos que después se daban.
Comparar su
primera vez con la última le dejaba un grito de horror atorado en la garganta.
Allí donde los dedos de Dazai pasaban tocando su piel, en vez de dejar un
camino de sensaciones placenteras sólo dejaban un ardor que hacía sentir sucio
a Chūya hasta los huesos. Lo que una vez fueron besos pausados y dulces, llenos
de cariño, hoy no eran nada mas que demanda y violencia. Chūya estaba borracho,
sí, pero aún así podía sentirlo todo… y al mismo tiempo no sentía nada. Su
cuerpo parecía un simple trozo de carne sin rostro, sin nombre. O eso creyó
hasta que Dazai, en algún momento de la noche se acercó a su cuello y sin
atisbo de estar inconsciente, lo llamó por otro nombre.
Le susurró el
nombre otro hombre y tiró de su cabello mientras volvía a embestir.
Y sí, Chūya se
soltó a llorar porque resultó inevitable. Que la persona que tú amas con
vehemencia no te corresponda y para colmo, te lo restriegue en la cara mientras
juega contigo, ¿quién con corazón puede soportar eso? Sin embargo, en ese
momento, Chūya se quedó callado otra vez. Trató de limpiarse las lágrimas,
cerró los ojos y se mordió los labios.
¿Sabes?
Ya tampoco te amo tanto.
También
te puedo engañar.
También
te puedo olvidar.
A
veces pienso en otro.
Y
tengo fantasías con él.
Alguien
más me gusta.
No
lo amo, no.
Aún
no.
Pero
estoy dispuesto a intentarlo sin con eso te puedo romper.
Chūya abrió
los ojos cuando sintió a Dazai alejarse de él, el castaño estaba sonriendo
ampliamente, pero sus ojos se veían más rojos que cafés y le miraba de una
forma tan penetrante y acusadora.
—¿Qué dijiste?
—Ahora fue el turno de Chūya para sonreír.
Abrió las
piernas en dirección a Dazai y comenzó a masturbar su miembro con la diestra,
primero lento y después rápido, muy, muy, muy rápido. En ningún momento apartó
sus ojos de los del castaño y cuando estaba a nada de correrse, echó la cabeza
para atrás.
—Fyodor…
Fyodor… Fyodor…
Si Dazai podía
cambiar nombres, él también.