No hablaban, Chūya
hacía de todo por desaparecer temprano y Dazai ni siquiera intentaba algo;
siempre llegaba cuando el pelirrojo ya estaba bien dormido.
Llevaban medio
año así, huyendo uno del otro. Aunque quizá sólo era Chūya quien hacía hasta lo
imposible por no tener que tratar con el castaño. Desde el incidente en la
cafetería que no habían vuelto a tratarse, pero cada que Chūya recordaba la
mirada de Dazai posada en su rostro, se le estrujaba el estómago y sin querer
sus mejillas ardían. Era pasar constantemente de un sonrojo a un enojo. Chūya
se molestaba siempre consigo mismo por tener ese tipo de sentimientos, ese tipo
de atracción por alguien que no valía ni un poquito la pena.
Cuando el
cambio de curso llegó y la primavera trajo consigo una lluvia de flores de
cerezo sobre toda la ciudad, arrastró también desde Estados Unidos a un chico
peculiar que fue a parar al mismo salón que Chūya; Mark Twain era su nombre y
aunque su japonés estaba mucho peor que el de Chūya cuando llegó, no tardó nada
en hacerse popular. Era guapo, carismático y muy, muy arrogante, por lo mismo Chūya
no tenía muchas ganas de relacionarse con él, pero…
—Escuché que
tú tampoco eres de por aquí. —Un día se acercó a él durante el almuerzo y sí,
su japonés no era muy bueno, sin embargo, la pose coqueta y la sonrisita de
lado le daba toda la confianza que alguien podría necesitar.
Tachihara lo
observó entonces con la ceja enarcada y una mueca de disgusto bastante obvia,
Gin no se molestó en tomarlo en cuenta y Chūya…
—Es francés.
Chūya casi se
atraganta con la comida al notar aquella intervención.
Twain se giró
lentamente —pero sin abandonar su pose— hacia el extremo contrario.
—¿Y tú eres?
—Las chicas que siempre rodeaban al castaño comenzaron a cuchichear.
—Que no te
importe. —Ahora no sólo cuchicheaban aquellas mujercitas, la cafetería entera
hacía ruiditos.
Los dos se
miraron a los ojos un momento, hasta que Dazai chasqueó la lengua y apresurado,
se puso de pie y caminó hasta donde el nuevo. Parecía que iba directo a
golpearlo… o similar, pero no. Si algo había aprendido Chūya en esos meses, era
que Dazai siempre hacía cosas impredecibles.
La siguiente
siempre más que la anterior.
Entonces, Dazai
pasó a una distancia prudente de su mesa y le dirigió una mirada que no
entendió al momento, pero que más pronto que tarde resolvería.
Twain
carraspeó en cuanto Dazai cruzó las puertas de la cafetería.
—¿Te estaba
molestando?
—¿Qué? ¿Quién?
No… —Chūya terminó como trabado y Tachihara tuvo que ahuyentar al pelirrojo
americano para que los dejara en paz.
Por la noche, Chūya
estaba hecho un ovillo en su cama, tratando de conciliar el sueño sin éxito
alguno. Patéticamente, los duros ojos de Dazai no lograban salir de su cabeza y
le hacían sentir culpable por algo que ni siquiera comprendía.
Cerca de las 2
de la mañana, Chūya escuchó cómo la cerradura de su puerta era atacada por una
llave que parecía no pertenecer allí; entre tímido y enojado tuvo que
levantarse para abrirle a un Dazai que se caía, literal, de borracho.
—Chū…ya.
Era la primera
vez que Dazai lo llamaba por su nombre.
Era la primera
vez que Dazai lo llamaba, para empezar.
El momento fue
chocante pero no por ello menos memorable. Dazai estaba borracho y tambaleante,
con las mejillas ardiendo y los ojos brillosos, apoyando la mitad de su cuerpo
en el de Chūya y en resumen, luciendo tan vulnerable y lindo.
Tan humano.
Con el corazón
latiendo a mil y los nervios a flor de piel por la cercanía, Chūya ayudó a
Dazai como pudo: acercándolo a su cama y ayudándole a quitarse los zapatos.
Cubriéndolo con una manta y, por la mañana, dejando una pastilla para la resaca
y un vaso de agua cerca.
Aunque cursi y
hasta romántico parecía en la cabeza de Chūya, el incidente no fue el inicio de
nada. Dazai sobrio era arrogante y distante, como siempre.
Inhumano.
Chūya muerde
su labio inferior cada que mira el pasaje medio arrugado que sostiene con su
diestra, todavía hay tiempo… Aún puede dar la vuelta y volver a Fyodor.
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