Chūya no
respondió.
No porque no
quisiera.
Es que Dazai
no se lo merecía.
Y él tampoco.
O al menos no
así.
No en esa
situación.
Chūya vio la
molestia reflejada en los ojos de Dazai cuando este se apartó, dispuesto a
soltarlo e irse, pero ni así titubeó en lo que estaba resuelto a hacer:
—Dazai —ahora
fue él quien se aferró a la mano del castaño, obligándolo a quedarse—, está
bien, no pasa nada. Dime qué es lo que tienes, hablemos. Por favor no huyas.
Dazai se quedó
quieto un buen rato, Chūya estaba tomándolo de la mano y recargándose
ligeramente en su pecho.
La lluvia
volvió a hacerse presente.
—Sé que no
eres un objeto, —Chūya se tensó al escuchar el susurro tan cerca de su oreja.
Dazai se estaba apoyando también en él—; no lo entiendo, hace mucho que no lo
hacía.
—Está bien.
—Bebíamos un
poco, a Odasaku le gusta fumar, era agradable, estábamos en silencio… —Chūya
sintió un poco de dolor cuando Dazai apretó el agarre que unía sus manos, pero
no dijo nada—; de pronto Sakaguchi empezó a molestar, él sabe…
Lo que no era
mas que una brisa, pronto se transformó en una lluvia intensa que ahogaba los
susurros del castaño a pesar de que estaban muy cerca. Chūya suspiró.
—No te estoy
interrumpiendo —gritó—, pero necesito revisarte y es imposible seguir aquí.
Vayamos dentro.
Dazai asintió
y sonrió de una forma impensable para él, sin embargo, debido a la oscuridad, Chūya
no lo notó.
Los dos
apuraron el paso para llegar a las habitaciones y, aun así, terminaron
empapados. Chūya no le prestó demasiada atención a su estado, inmediatamente
cruzaron la puerta, sentó a Dazai en su cama y lo instó a sacarse el saco y la
camisa.
Dazai obedeció
sin decir nada.
Una vez más, fue
la mano derecha. Al menos seis líneas verticales atravesaban la parte inmediata
a su muñeca, los cortes no eran tan profundos como la primera vez que lo vio
pero que hoy fueran tantas líneas, hacia ver la escena más escandalosa y
preocupante.
—¿Te sientes
bien? ¿No estás mareado?
Dazai negó
suavemente y Chūya decidió confiar en él.
Esta vez la
curación llevó más tiempo porque Chūya fue más meticuloso. Además, decidió no
distraerse con el torso desnudo del castaño; la piel delicada, el cuello
expuesto, las clavículas sobresalientes…
—Debo salir a
tirar esto —Chūya señaló la bolsa llena de gasas manchadas con sangre—, toma
una ducha rápida, cuando salgas verificaré otra vez los cortes y te vendaré,
¿está bien?
No esperó una
respuesta y se marchó apresuradamente.
Estando afuera
es que notó por fin que su ropa estaba totalmente mojada, que de los mechones
de su cabello escurrían gotas de agua todavía, que las manos le temblaban y que
el corazón le latía como si quisiera escapar de su pecho.
Estaba
preocupado por lo que Dazai hacía aún, pero al mismo tiempo ilusionado porque
en los peores momentos, aquellos en los que el castaño se volvía terrenal y
alcanzable, vulnerable, seguía acudiendo a él.
No a Oda.
No a Ango.
A él.
Así,
precipitado y envalentonado, botó la bolsa sin importarle dónde caía y regresó
corriendo a la habitación. Dazai estaba apenas quitándose los zapatos cuando Chūya
entró como un tornado y se lanzó contra su cuerpo.
Cayeron en la
cama más cercana y esta vez fue Chūya quien buscó la boca contraria.
Sin embargo,
este beso fue correspondido, fue suave y supo a sal.
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