Bittersweet XI {Soukoku}

By KyuNaFish - 10:06 p.m.





—¿A dónde vas? —Chūya se guardó el celular en la bolsa de su chaqueta y tomó las llaves.
—Eres un olvidadizo… Hoy es la exposición de los dibujos de la clase de Tachihara, te lo dije desde hace un mes. —Dazai rodó los ojos y fue hasta donde el pelirrojo para abrazarlo por la cintura.
—Sabes que no recuerdo información irrelevante.
—Mis amigos no son irrelevantes.
—Como sea, —Dazai le restó importancia al asunto y se apretó más contra el cuerpo de Chūya—, no vayas, —depositó un suave beso cerca de su oreja y comenzó a bajar—, quédate conmigo.

Del cuello se trasladó a la barbilla y sin prestarle demasiada atención a ese lugar, atacó sus labios. Chūya no se quejó ni lo detuvo; le gustaba cuando Dazai se ponía así, un poco dominante y rudo. Sintió una de las manos del castaño abandonar su cintura para ahora ir a su cabello y enredar sus dedos en él:

—El pelo de Chūya es como el de una chica. —Chūya respondió dándole un puntapié en la espinilla y empujándolo.
—Así menos vas a convencerme de no ir. —Dazai bufó y se alejó.
—Anda, vete. —Instó el castaño mientras se enfurruñaba en la cama con gesto indignado.

Chūya le dedicó una sonrisa y se marchó.

La exposición de arte de Tachihara no era dentro del campus, y tampoco eran sólo los modestos dibujos que Chūya alguna vez le vio a su amigo; fotógrafos, pintores, escritores, músicos, dibujantes… el vestíbulo del hotel estaba atiborrado de gente, la mayoría demasiado bien vestida para su gusto.
Chūya se envolvió mejor dentro de su sencillo abrigo y anduvo con cuidado entre las diferentes salas, tratando de encontrar a Tachihara en una misión que parecía imposible.

—Disculpa, —chocó contra un chico pálido y de aura sumamente sofisticada que a penas le dirigió una mirada. En su camisa negra resaltaba a la altura del pecho un broche dorado con la insignia de su colegio—; ¿eres alumno de YDC?
—Sí. —Su voz era ronca.
—¿Conocerás, de casualidad, a Michizō Tachihara?
—Sí.
—Podrías… —Un tosido leve y un carraspeo por parte del contrario.
—Revise las etiquetas a la derecha de cada entrada y corrobore con su invitación. Si no me equivoco, los dibujantes están en la sala B 32, en el segundo piso.
—Gracias. —El muchacho asintió y así de rápido como apareció, desapareció de la vista de Chūya.

Habría sido tonto correr sólo para encontrar a Tachihara, así que Chūya se tomó su tiempo para apreciar las cosas que le llamaban la atención en su camino.

En la sala A 15, justo en la entrada, había dentro de una vitrina tres libros; uno rojo, otro amarillo y el último: verde, los custodiaba un rubio alto de porte elegante con un broche que lo identificaba proveniente de una universidad de Tokio. «Ideal», rezaban sobre la portada todos los libros, y eso se antojaba muy curioso; Chūya habría preguntado algo si el dueño de ellos no luciera tan inaccesible.

Dentro de la sala A 22, en la esquina menos concurrida, Chūya pudo dilucidar a Mark Twain conversando animadamente con una chica de lentes y cabello castaño corto que exhibía detrás de ella pergaminos llenos de notas musicales. Una compositora, como él.
Antes de que Twain lo viera, optó por salir huyendo de allí.

Con ese movimiento, ocurrió entonces el segundo choque dentro de aquel lugar.

Con el segundo chico pálido que conocería ese día.

Pero ese, a diferencia del primero, fue algo más… impresionante.

Porque este sujeto alto y pelinegro, delgadísimo y extremadamente atractivo, le sonrió de una forma que ya antes había visto.

Lo miró de una forma en la que ya antes lo habían mirado…

En esa fría tarde de otoño, Chūya conoció por segunda vez a alguien con una sonrisa tan cálida como los rayos del sol, y una mirada tan fría como el hielo.

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