El viento
sopló, arrancando las hojas secas de los árboles y al parpadeo siguiente,
también lo hizo, pero habían pasado dos años, y en dos años no sólo se habían
esfumado estaciones o simples hojas…
Un otoño más y
tal como el pasado, Chūya miró con nostalgia desde el ventanal de su habitación
mientras se limpiaba con violencia las lágrimas que se le escapaban de los
ojos. A su lado, el café ya estaba frío y el viento había revuelto las paginas
de su libro abierto. La pantalla de su celular se encendió otra vez y por el
rabillo del ojo reconoció al dueño de los mensajes, pero no respondió.
Akutagawa sabía esperar.
Una sonrisilla
amarga se le escapó de los labios mientras pensaba en el enfermizo chico que
últimamente lo cuidaba tanto.
Pobre
Akutagawa. Desde que Tachihara marchó hacia Paris el año pasado, tuvo que
hacerse cargo del lamentable Chūya que no hacía otra cosa más que lamentarse y
llorar. Gimoteaba en la mañana y pataleaba por las noches, pero nunca hacía
nada.
La puerta se
abrió sin mucho cuidado y Chūya dio un salto en su lugar, alcanzando a tomar el
libro antes abandonado por poco.
—¿Te asusté?
—La voz de Dazai sonó fría, aunque su aliento quemaba al rozar la piel.
—Estaba…
—¿Otra vez
estás llorando? —Dazai le dio la vuelta y con sus pulgares, sobó sus húmedas
mejillas—, ¿por qué no paras de llorar? —Chūya sorbió su nariz y desvió la
mirada.
Que era por el
libro, quiso alegar, pero inmediatamente se enfrentó a la intensa mirada del
castaño, supo que su mentira estaba ya descubierta.
—Chūya, dime
por qué siempre lloras.
No hubo
respuesta.
Dazai
permaneció un rato más en la misma posición, tratando de leer al pelirrojo
indescifrable frente a él.
No lo consiguió.
La pantalla
del celular de Chūya volvió a encenderse y Dazai fue hasta él antes de que la
notificación desapareciera.
—Já. —Su tono fue
burlesco y despectivo—; parece que llegué en mal momento.
El castaño se
dio la vuelta sin decir más y abandonó la habitación dando un portazo. Chūya se
quedó escuchando los pasos de Dazai hasta que se hizo el silencio una vez más. Tomó
entonces su celular y río amargamente.
—¿Es en serio?
—Masculló apretando los dientes, a continuación, fue hasta la puerta y la abrió—,
¡¿en serio crees tener derecho de ponerte celoso, tú, maldita escoria?! —En el
pasillo no había nadie, pero Chūya sentía que Dazai lo podía escuchar si
gritaba más fuerte—. ¡Mi relación con Dostoyevski es meramente profesional! ¡Yo
no soy como tus putas! ¡No soy como tú!
—Ahora díselo
en la cara. —Por un momento, Chūya sintió que su alma abandonó a su cuerpo y se
puso blanco.
Pero al
girarse, sólo vio a Akutagawa en el extremo contrario del pasillo al que él le
estaba gritando.
—Dile que lo
sabes, —Akutawaga caminaba con paso firme hacía él—, dile que lo has visto y que
te lo cayas desde hace dos años, —de repente todo el coraje de Chūya
desapareció y se sintió indefenso—. Dile que sabes que no te ama.
Y otra vez,
con las palabras mágicas resonando y los recuerdos bombardeando su cabeza, Chūya
estaba llorando.
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