Las
vendas, esta vez demasiadas. Bastante más delgado y quizás un poco más pálido
también, sin embargo, fuera de eso no hay otros cambios relevantes. Los ojos
castaños rojizos siguen teniendo ese tinte de oscuridad y aburrimiento,
mezclado con el engañoso brillo de fingida alegría que hace tiempo engañó a Chūya
de manera formidable.
—¿Y
bien? —Chūya lo mira inquisitivamente y a pesar de
que tiene el ceño un poco fruncido, no explota en maldiciones o reclamos como
Dazai imaginó, cosa que lo pone un poco nervioso porque no sabe cómo tratar con
esa actitud—. Volviste a hacerlo, ¿verdad? A pesar de que me lo prometiste… —Una
pausa corta—. Ah… es que ¿cuándo has cumplido una promesa, para empezar?
Dazai
agacha la cabeza y esconde sus ojos, pero sigue sonriendo.
—Hice
que tus dedos se mancharan de tinta.
—¿Para
esto querías que volviera?
—¿Lo
has dejado?
—No
lo entiendo, sólo eres tú, tratando de morirte otra vez.
—Pensé
que me traerías un presente, siempre he querido una Matrioshka.
—Siempre
eres tú solamente…
Dazai
se calla y aprieta con agarre flojo la mano de Chūya, tratando de limpiar la
tinta de sus dedos inútilmente.
—Déjalo,
—pide el pelirrojo.
—Déjalo.
—Repite Dazai.
Pero
obviamente, no se están refiriendo a lo mismo.
Chūya
suspira y arranca con brusquedad su mano de la fría prisión hecha por los dedos
de Dazai. No dice nada, ni siquiera le regala una última mirada. Simplemente,
se va sin mirar atrás.
Es
como un deja vu, pero no realmente. Por que sí sucedió y muchas veces; en el
pasado, cuando Chūya le pidió que los dejara, a todos con los que lo engañaba y,
en silencio, Dazai sólo le dio la espalda.
Pero
viendo el lado positivo de las cosas, se siente como una pequeña redención.
Está bien si Chūya lo desprecia, sería perfecto si pudiera odiarlo.
Así,
cuando el punto final sea colocado...
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