Fueron cinco
días más de incomodidad y entonces por fin pasó algo.
Sábado por la
mañana, estaba lloviendo ligeramente desde la noche anterior y Chūya caminaba
tranquilamente desde la biblioteca hacia su habitación, paraguas azul
resguardando su cabeza y una mochila llena de libros colgando de su hombro.
Normalmente, Chūya
optaba por quedarse estudiando todo el día en la biblioteca o la cafetería para
no molestar a su ebrio compañero, pero la noche anterior Dazai no se dejó ver
por el dormitorio por lo que no había razón para estudiar fuera, menos con el
clima.
Chūya ya estaba
imaginando lo que haría; se envolvería en sus mantas con los libros a la mano,
café caliente cerca y pondría un mucho de Coltrane a buen volumen mientras la
lluvia seguía cayendo y la veía de vez en cuando por la ventana que estaba al
lado de su cama… sería perfecto.
Habría sido
perfecto.
Pero al llegar
a la habitación y entrar en ella, sus planes cayeron tan estrepitosamente como
su mochila.
Dazai estaba
allí.
Sin camisa.
Sentado sobre
su escritorio.
Con el brazo
derecho sangrando.
Mucho.
Demasiado.
La mirada que
Dazai le dirigió a Chūya en ese momento decía tanto; había sorpresa por saberse
descubierto; reproche porque a esa hora, Dazai seguro contaba con que Chūya no
aparecería; miedo porque ¡por Dios!, esa herida no salió de la nada y Chūya lo
supo de inmediato.
Dazai trató
inútilmente de ocultar la navaja y Chūya fingió no ver.
En silencio y
sin que Dazai se opusiera, Chūya ya estaba a su lado con el botiquín en la
mano.
Cuidadosamente,
limpió la gran cortada con una camisa suya mojada y enseguida desinfectó; la
herida en sí no era tan grande —quizá cinco o seis centímetros de largo—, por
lo que tanta sangre debía ser porque el corte había sido profundo.
El alcohol
ocasionó que Dazai hiciera muecas, pero ningún sonido abandonó sus labios y por
parte de Chūya, aunque las manos le temblaban ligeramente de vez en cuando, se
reprendía mentalmente para hacerlo mejor y más rápido.
Veinte minutos
y todo estaba en su lugar otra vez, sin embargo, Dazai seguía sentado sobre el
escritorio, sin camisa y con el brazo vendado. Chūya estaba de pie frente a él,
a escasos centímetros de volver a tocarlo.
—Gracias.
—Dazai lo miró, y en ese momento los ojos de Chūya se encontraron con los suyos.
Dazai sonreía
a penas un poco y de no haber cruzado sus miradas, Chūya habría sido engañado
una vez más.
Esos ojos
seguían muertos.
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