Cuatro meses.
No eran novios
como tal, ni siquiera alguno de los dos había aceptado del todo sus
sentimientos, pero Chūya sabía que gustaba de Dazai y Dazai… Bueno, en Dazai
había algo a veces que le daba un poco de esperanzas.
Pero sólo un
poco.
Tampoco se
hacía demasiadas ilusiones.
Porque nadie
en su sano juicio se hacía ilusiones con alguien como Dazai. Y a Chūya le
gustaba pensar que, dentro de todo, aún conservaba un poco de cordura en su
ser.
—¿Eres idiota?
—Dazai sonrió sarcásticamente y Chūya resopló en respuesta, luego movió la mano
con desdén.
—¡Adelante,
hazlo tú!
—No. —El
pelirrojo bufó y aventó con fuerza la libreta al suelo, el lápiz se lo arrojó a
Dazai, quien lo atrapó en el aire sin mayor dificultad—. Es por eso por lo que
no creces; eres tan gruñón, enano.
Chūya podía
sentir la vena de su sien palpitar aceleradamente. Quería golpear a Dazai y
dejarlo inconsciente de ser necesario.
Pero luego
estaba eso… Ese… El momento.
Los dos se
quedaban en silencio, intercambiando miradas desde la comodidad de sus camas. Chūya
casi siempre estaba enfadado, con los brazos cruzados y la mirada afilada;
Dazai sonreía a penas un poquito y le miraba con los ojos llenos de algo… Algo
a lo que Chūya no se atrevía a poner nombre pero que allí estaba, a fin de
cuentas. Y se le agitaba el corazón, la furia se desvanecía y daba paso al
remolino de sentimientos encontrados de te quiero…
—Te quiero… Te
quiero bien abajo en el infierno.
—Iré sólo si
vienes conmigo.
Dazai era tan
ingenioso para sus respuestas y Chūya tan propenso a dejarse engatusar.
Chūya siempre
era el de los sonrojos crueles, el que desviaba la mirada porque no soportaba
la intensidad que emanaba de los orbes contrarios.
—Ni siquiera
es tarea tuya, no tienes porqué esforzarte.
—Hmm…
—No tienes
siquiera que hacerla.
—Hmm…
Dazai se
levantó de mala gana y recogió la libreta para dejarla sobre el escritorio de Chūya.
—Lo digo en
serio, ¡procrastina conmigo! Vayamos a buscar algo para comer… tengo hambre.
—Hmm…
Las
situaciones eran siempre similares. Al final, Dazai recurría a la cara de
cachorro abandonado y en cuestión de segundos, Chūya ya caminaba a su lado,
dinero en mano.
No es que Chūya
fuera débil o se dejara controlar, es que desgraciadamente, para ese tiempo, Chūya
ya amaba a Dazai aunque este no lo mereciera.
Ni antes.
Ni ahora.
Ni nunca.
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