Demons IX {SoukokuFyo}

By KyuNaFish - 9:36 p.m.



Dazai sonríe, pero no hay calor o alegría en el gesto.

—Entonces, ¿es verdad? —Atsushi sabe que suena estúpido, porque acaba de verlo con sus propios ojos y el agujero en el suelo indica que sí, no obstante, ¿cómo creerlo?, ¿cómo no dudar? Dazai no parece escucharlo, y justo cuando está a nada de sujetarle la manga para llamar su atención, la mano de Akutagawa se lo impide y el pelinegro mueve negativamente la cabeza.

El silencio se apodera de ellos una vez más.

Akutagawa termina por alejarse un par de pasos y luego enciende su comunicador; sus palabras son lentas y el tono de su voz se parece más a un susurro, como un padre cuando trata de consolar a su bebé. La conversación no es muy larga, y tampoco pasa mucho tiempo hasta que un helicóptero se puede ver en el cielo sobre ellos.

Atsushi entrecierra los ojos, tratando de ver quién se acerca:

—Es Kyōka —le dice Akutagawa—, viene a recogernos.

Atsushi asiente. No pregunta cómo es que Kyōka sabe volar, hace tiempo entendió que las habilidades de los mafiosos siempre estarán por sobre las de los demás.

Kyōka no hace más que saludar y esperar a que todos aborden, pero Dazai no parece que vaya a subir y en su lugar, se agacha para recoger un puño de tierra justo de donde Chūya dejó caer su poder; las piedras todavía están calientes y huelen a quemado. No creyó que se sentiría así: con el corazón pesado y la garganta cerrada. A su edad, y luego de su desenfrenado comportamiento anterior, Dazai pensó que ya nada en esta vida sería capaz de sorprenderlo, o de hacerlo sentir mal. Pero Chūya, siempre es Chūya. Una vez más le demuestra que con él nada está asegurado, que a él no lo puede controlar.

—Dazai —Akutagawa lo llama—, debemos regresar. Kōyō vio todo por los transmisores.

Quiere completar un «no está bien», pero toda el aura de Dazai le hace tragarse las palabras porque es evidente que él tampoco lo está. Akutagawa le hace una señal a Kyōka y la chica no tarda en encender de nuevo el motor del helicóptero.

—¿Va a estar bien? —Atsushi es reacio a dejar solo a Dazai, pero Akutagawa le dice que su maestro es fuerte, que confíe en él.

Aunque el mismo Akutagawa tiene dudas.

Nunca estuvo muy cerca de Nakahara, pero en sus breves intercambios, el pelirrojo siempre fue educado y amable con él. En sus días negros alguna vez pateó a Dazai para defenderlo, y más de un regaño se llevó el castaño porque «¿cómo puedes maltratar a un niño así? Insensible momia de mierda, más te vale que no lo vuelva a ver.», entonces se siente impactante a pesar de que el tiempo compartido fue mínimo, así que Akutagawa no puede entender del todo lo difícil que tiene que ser para Kōyō que le lloró mares a su hijo más querido, o para Dazai que se perdió del mundo, aunque insista en que no fue así.

En su nueva y pequeña base, Kōyō aprieta los labios y se pellizca la piel de los brazos, ¿es real?, ¿está despierta?, que alguien por favor le diga… Ese a lado de Fyodor se parece tanto a Chūya, pero no puede ser él, ¿cómo podría ser él? Luce tan lejano, tan frío y despiadado. Sus ojos brillan, pero no lo hacen con fuego, es más como el brillo de una espada: insensible y cruel.
El tiempo que transcurre es desconocido, pero alcanza para que Akutagawa y compañía regresen. Al abrir la puerta roja, es sólo Kyōka quien avanza a la siguiente habitación y deja a los otros detrás.

—Dazai no… —vino. Su frase se corta, Kōyō corre hacia ella y la abraza con una fuerza que llega a doler.

Hay lágrimas bañando la cara de la pelirroja, el maquillaje está un poco arruinado y todo su aspecto carece de la gracia acostumbrada. Kyōka suspira suavemente y se mantiene en la misma posición largo rato. No sabe qué decir, nunca ha sido buena consolando.

Dazai desaparece un par de días y para cuando se digna a volver, la única persona que encuentra es Kōyō. Ella está impecable y hermosa como siempre, haciendo que el destartalado cuarto tome cierta elegancia por el simple hecho de que ella esté sentada allí.

—Ridículo —es lo primero que dice. Sus ojos están llenos de desdén y la sonrisa en su cara exuda suficiencia—. Vergonzoso e inútil. Ya no tienes salvación, ¿qué derecho tenías para mostrarle esa expresión?
—Qué dura está siendo la hermana mayor.
—Cállate —Ozaki frunce el ceño— tampoco tienes derecho de llamarme así.
—De acuerdo —Dazai levanta las manos y se retira un par de pasos. Trata de sonreír, pero el semblante de la pelirroja lo detiene de decir alguna estupidez o hacer bromas.

El ambiente es tenso y la enemistad entre ambos evidente.

—Lo siento —Dazai es el primero en hablar.
Kōyō tarda en responder—: ¿qué hay para disculparse conmigo? No soy él. —Dazai se abstiene de exteriorizar su amargura.
—Bien, lo merezco, pero ¿qué puedo hacer a estas alturas? No sé dónde se ocultan, Fyodor es demasiado inteligente y Chūya no parece saber nada, ¿quizás nunca estuvo muerto?, ¿o lo resucitó?
—¿Es eso posible!
—¿Cómo voy a saberlo?

Kōyō aplasta ambas palmas en la vieja madera y hace al escritorio temblar.

—¡Lo quiero de vuelta!
—¡Yo también!
—¡Tráelo!
—¿Cómo!
—¿Yo qué sé! —Kōyō pierde una vez más la compostura y su rostro se torna rojo debido a la ira, su respiración es pesada y hay lágrimas acumuladas en sus ojos que no tardan en caer. Dazai no está mejor, pero sí un poco más compuesto.

Al llegar nuevamente a un punto muerto, Dazai entiende que debe retroceder otra vez. Sin decir más se da la vuelta y abandona la habitación con pasos pesados pero apresurados.

Afuera, el viento es frío y la noche oscura porque no hay luna en el cielo.

Chūya aprieta la pieza de ajedrez en su mano —un caballo— hasta hacerla polvo, mientras mira por la venta y el aire le alborota el cabello. Su mirada se desvía de pronto hacia un lado, donde hay una puerta que mantiene a Fyodor encerrado con un extraño. Es un tipo bastante alto, bastante guapo y bastante estúpido. Chūya no ha interactuado más de una vez con él —cuando Fyodor los presentó—, pero ese momento fue suficiente para tener una muy mala impresión del contrario. A pesar de tener un rostro atractivo, tiene una risa escandalosa y el claro atisbo de la locura intensa en los ojos, sus acciones son erráticas por momentos, y las palabras que salen de su boca parecen no tener conexión a veces. Empero, Fyodor aparenta apreciarlo de alguna manera y lo cuida, le habla suavemente y aunque el tipo es irritante, Fyodor es tan paciente con él. Chūya lo detesta, ¿cómo un ser tan carente de inteligencia puede robarle toda la atención? Pero se traga la inconformidad y las palabras soeces, porque sabe que lo que siente son celos y ¿cómo tendría la cara para reclamarle a Fyodor por algo así?

Chūya está enamorado de su compañero, por supuesto, pero no ignora que el sentimiento es unilateral.

La habitación está en un sexto piso, pero es Chūya quien mira hacia el suelo y ¿qué puede detenerlo a él? Sin pensar demasiado en si lo que hace enfadará a Fyodor o no, salta sin dificultades por la ventana y aterriza en el desierto callejón. Mira cuidadosamente para todos lados; el lugar es silencioso, eso hasta que no muy lejos, un bote de basura se cae y de él escapa un gato bastante gordo. Chūya sonríe sin querer y se acerca, llamando suavemente; el felino lo mira, pero no hace mas que lamerse la pata y lucir desinteresado.

—Miau —cuando Chūya está lo bastante cerca como para agarrarlo, el ágil gato salta sobre otros botes y se mueve con agilidad increíble sobre las paredes.

Unos cuantos brincos y el felino se detiene en el alféizar de una ventana lejana, sus ojos brillantes resultan muy llamativos en la noche oscura y aunque duda un momento, Chūya no tarda en impulsarse sobre sus pies para seguirlo. Al ver sus acciones, el gato mueve las orejas y sacude la cola, enseguida se estira y luego continúa huyendo.
Chūya sabe que puede atraparlo si utiliza su habilidad, pero el aire rebotando en su cara y los rápidos latidos de su corazón debido a la carrera, lo convencen de seguir intentando con su condición humana.

—¿Cómo puedes ser tan veloz siendo tan gordo? —Chūya jadea y se detiene un momento, apoyando las manos en sus rodillas. Hay una fina capa de sudor por todo su rosáceo rostro.
—Nunca dejará que lo toques si le dices gordo.

Esa voz.

Chūya recompone su expresión inmediatamente y se pone en guardia, no muy lejos de él está sentado en el suelo un hombre que sostiene al gato entre sus brazos y le acaricia la cabeza.

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