Trouble VII {Soukoku}

By KyuNaFish - 3:28 p.m.



La casa de Fyodor es amplia, construida con una combinación de madera y ladrillo rojo; tiene un patio grande y hay algunos árboles rodeando la construcción. Está situada sobre una colina que a sus faldas resguarda un pequeño lago. Para ir al centro de la ciudad se necesita de un coche, afortunadamente, Fyodor tiene al menos tres autos y dos choferes a su completa disposición.

Son las cinco menos quince de la tarde y Chūya está sentado en la terraza bebiendo té, solo. Desde que despertó no ha visto a Fyodor. Las criadas le informaron que el «señor» se encontraba en su estudio y así era. No pasó mucho tiempo después de su despertar para que la música del ruso inundara la casa. No era una melodía alegre o melancólica… sólo… era música que al pelirrojo no le transmitía nada.

Tema a parte, a pesar de las sonrisas y amabilidad que todos se esfuerzan por darle, Chūya no va a mentir. Se siente incómodo.

No está acostumbrado a tantos lujos; la casa enorme y llena de artilugios costosos y antiguos, la servidumbre yendo de aquí para allá en su fan de mantener todo limpio y en su lugar; las cortinas, alfombras, sábanas y cojines, hechos enteramente de telas finas… En una vitrina en la cocina, Chūya vio cuando llegó un estante lleno de botellas: coñac, whisky, ron, licor, y el gran favorito de Fyodor: vodka. Todas con nombres que Chūya sabe, no se podría costear ni juntando su dinero de esta vida y otras diez.
Hace apenas un mes que vive allí, y aunque Fyodor es todo amabilidad y buenos tratos la mayoría del tiempo, no logra hacerlo sentir como en casa. No se siente como que estén creando un hogar. Chūya ve en Fyodor la diferencia y los cambios en su trato para con él ahora que son una pareja formal y no sólo amantes ocasionales, y aun así él no es capaz de cambiar nada.

No lo ama.

Ni siquiera lo quiere.

No lo desea.

Y se está cansando de pretender todo lo anterior.

—Chūya. —La voz de Fyodor suena detrás de él, suave pero no dulce—, ¿otra vez bebiendo solo en la terraza?
—Me gusta estar aquí. —Fyodor se coloca frente a él y se pone en cuclillas para estar a su altura; con la mano izquierda le sostiene el mentón, su mirada es dura:
—¿Por qué no has compuesto nada? —Chūya está por replicar cuando siente que el agarre de Fyodor se afianza y comienza a lastimar. Le está enterrando la uña de su pulgar—; no, Chūya. Las hojas que jugueteas por las noches no cuentan como composición porque son deprimentes; —una pausa y Fyodor aprieta los labios—, son para él… —otra pausa, esta vez más larga—. He sido todo lo que no soy para complacerte, y aun así no consigo hacerte feliz.
—Fyodor…
—Cállate.

Fyodor se reincorpora pero no lo suelta, obligando con esa acción a que Chūya se ponga de pie también.

—No me hagas odiarte.

Chūya se deja caer al suelo lentamente cuando Fyodor lo suelta e ingresa al interior de la casa.

No está bien.

Y es injusto y confuso pero no puede evitarlo. Chūya necesita dejar a Fyodor ya, y no puede.

No quiere.

A pesar de todo, Fyodor es su escondite, su soporte y obligación. Aquel compromiso que como supuesta persona fiel que es, lo obliga a mantenerse alejado de Yokohama, específicamente de Dazai.

El perro malnacido que todas las noches le escribe un mensaje.

El lunes lo ama, el martes lo quiere, el miércoles lo extraña, el jueves lo desea, viernes y sábado desaparece, el domingo vuelve sin letras y en su lugar una foto de él, encamado con su amante en turno. Y así, es un ciclo de nunca acabar. Un círculo vicioso y enfermizo que a pesar de todo, Chūya no termina; dado que nunca responde, ni siquiera para quejarse, no trata de ponerle un alto a Dazai, porque secretamente, es feliz de lunes a jueves y hace caso omiso del dolor que le genera el final.

Fyodor vuelve a la terraza sin que Chūya lo note y lo abraza por la espalda, con fuerza y casi desesperación. Permanecen de esa forma largo rato.

Chūya está callado, prácticamente ido; así le duele menos el sentimiento de culpa que a diario lo embriaga.


Fyodor siente que está perdiendo y no puede aceptarlo. 

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