Atsushi hace puños sus manos, enterrándose en el proceso las uñas ya
crecidas. Tiene tres balas incrustadas en la pierna izquierda y una en el
hombro del mismo lado que le duelen horrores; no puede detenerse ni siquiera
para respirar o pensar porque las balas de Higuchi y otros mafiosos detrás de
él no paran.
No le disparan como de costumbre, queda claro que esta vez no es un
entrenamiento.
Nunca pensó que sus prácticas con la Mafia Portuaria jugarían en su
contra tan pronto.
El problema no es que ellos conozcan sus movimientos, si no que su
débil corazón se encariñó con el enemigo que se disfrazó de amigo por un
tiempo. Atsushi no tiene la sangre tan fría como ellos para contraatacar con
violencia, así que recurre a lo único que le queda: correr. Escondiéndose entre
las sombras de los contenedores obtiene un poco de tiempo para sacar su
celular, pero pensándolo bien ¿a quién le debería pedir ayuda?, sus compañeros
en la agencia tampoco están siendo muy claros con él y Dazai hace mucho que
desapareció de la tumba de Sakunosuke Oda… Su titubeo hace que Higuchi lo
alcance, pronto puede escuchar sus gritos a la distancia y las pisadas fuertes
de los subordinados que vienen con ella; rechinando los dientes por su
impotencia, Atsushi emprende carrera una vez más, no obstante, es apenas unos
pasos después que algo se aferra a su tobillo y lo arrastra dentro de uno de
los contenedores que hay en el área. Atsushi trata de defenderse, pero se
sorprende mucho cuando reconoce la cosa negra que lo tiene cautivo:
—Rashōmon… —Akutagawa mantiene un semblante
serio mientras mira al malherido Atsushi que está tirado a sus pies.
—Patético —desviando un poco el rostro, Akutagawa se burla y Atsushi
no sabe cómo reaccionar.
¿Qué se supone que está pasando? Si no fuera porque siente dolor en
sus extremidades y su ropa está manchada de sangre por todos lados, Atsushi
pensaría que sigue soñando en su habitación.
—¿Qué…?
Akutagawa retrae a Rashōmon para que el tobillo de
Atsushi esté libre, pero no hay tiempo para la explicación. La voz de
Higuchi es audible otra vez, así como sus órdenes: atrápenlo. Atsushi
está a punto de correr sin mirar atrás cuando Akutagawa sostiene su mano y sus
ojos se encuentran con los contrarios: no hay palabras. Akutagawa se lleva el
índice a los labios un segundo antes de que Rashōmon dibuje un círculo
debajo de ellos que rompe el concreto y los hace aterrizar en el subterráneo.
Los ojos de Akutagawa le dicen que corra con él. Que
confíe en él.
Atsushi lo hace sin pensar demasiado.
—Eres fácil de convencer, podría… estarte llevando a tu
muerte justo ahora —entre jadeos, Akutagawa recrimina. Los conduce por una
portezuela al costado del pasaje que resulta ser un elevador, al que Atsushi
entra sin dudar.
La caída es larga, demasiado profunda.
No obstante, Atsushi se siente aliviado por la mala
mirada que Akutagawa le da.
—No tengo miedo. No puedo dudar —dice. Akutagawa no le responde,
se concentra en regular su respiración—. Somos amigos después de todo.
—CONOCIDOS.
—AMIGOS —la mirada de Akutagawa es difícil de
descifrar.
—Compañeros… —Al final termina cediendo un poco y
Atsushi se ríe.
—Bueno, eso me basta por el momento.
La puerta del elevador se abre justo cuando Atsushi golpea
con camaradería el hombro de Akutagawa; quizás fue por la carrera, tal vez es
otra cosa… Las mejillas de Ryūnosuke están ligeramente rosas y eso lo hace ver
raro, como si de ser perro rabioso pasara de pronto a ser medio humano. Atsushi
quiere decírselo para burlarse un poco más, pero un carraspeo a sólo unos
metros de ellos lo hace desistir.
—¿Dazai? —Dazai sube y baja sus cejas, muy sugerente.
Al segundo siguiente la cara de Akutagawa vuelve a ser pálida mortal y Atsushi
se siente un poco decepcionado.
—Tardaron demasiado —Akutagawa se disculpa enseguida,
pero Dazai lo corta antes de que se le ocurra arrodillarse u ofrecerse para ser
golpeado—; síganme.
Atsushi camina detrás de ellos. No muy adelante hay una
pequeña puerta roja que luce bastante desgastada y frágil; las bisagras
rechinan fuerte cuando alguien abre del otro lado:
—Vaya que son lentos —Kōyō los recibe. Su
semblante no tiene la arrogancia que la caracteriza y más bien luce un poco
pálida y cansada. Ella continúa hablando con Dazai mientras lo lleva a otra
puerta y antes de que Atsushi los siga, Akutagawa lo retiene dentro de la
habitación.
—Tenemos que esperar.
—¿Qué?
—Órdenes.
Akutagawa nunca dice mucho.
Sin nada mejor que hacer, Atsushi se deja caer al suelo y mira con
atención el lugar: tanto el techo como las paredes tienen un acabado bastante
rústico y es evidente que el cuarto estuvo abandonado hasta hace no mucho. Si
bien está «limpio», todavía
persiste el olor de algo mohoso y húmedo por todos lados.
—Sangre.
—¿Uh? —Atsushi mira un poco confundido a Akutagawa, ¿lo dice por su
ropa?
—Allí —el huesudo dedo del pelinegro señala la esquina derecha
superior de la habitación—, y allí —su dedo se mueve hacia el lado contrario—,
y aquí. Todo alrededor —su dedo termina por dibujar un círculo en el aire.
Atsushi tarda un poco en entender, pero no se sorprende tanto como
Akutagawa pensó: este cuarto al final del pasillo olvidado, con la puerta que
con el tiempo se volvió roja, es una de las guaridas que alguna vez Dazai
construyó a espaldas de Mori en su tiempo como mafioso. Este, en específico, es
el que el Demonio Prodigio de la Mafia Portuaria decoró con la sangre del Perro
Rabioso.
—Ryū… Ryū… —Akutagawa vuelve en sí al sexto llamado, Atsushi lo mira
sonriendo: todavía está sentado en el suelo y tira sin mucha fuerza de la orilla
de su pantalón, instándolo a que se siente con él—; no pienses demasiado.
De pronto todo se vuelve negro y los ojos de Atsushi se cierran sin
que pueda controlarlo, pero Akutagawa no deja que su cuerpo caiga al suelo y lo
atrapa por reflejo.
No lo toca, y aún así el tigre idiota que se desmayó porque perdió
demasiada sangre, todavía se siente cálido a través de la energía de Rashōmon.
Akutagawa observa, —quizás con demasiada atención— a Atsushi, porque
no se da cuenta de que la habitación por donde Kōyō y Dazai entraron
anteriormente se abre un poco. Es el castaño quien los ve y su imagen hace que
el corazón le revolotee un poco, se baña en recuerdos otra vez y se siente
agridulce como siempre.
¿Cuántas veces sus brazos no sostuvieron a un Chūya inconsciente y
sangrante también?
¿Cuántas veces no lo miró así? ¿Con ese deseo ardiente que los ojos de
Akutagawa igualmente despiden?
Kōyō tira de su gabardina y lo obliga a cerrar la puerta, hay
resentimiento en su mirada, incluso burla. Ira.
Lo está culpando mientras se ríe de su estupidez.
0 comentarios