Demons VII {SoukokuFyo}

By KyuNaFish - 9:14 p.m.




El té ya está frío.

Chūya lleva dos horas sentado en el mismo lugar, en la misma posición. Su guapo rostro se refleja en el líquido frente a él, sus bonitas manos sostienen sin fuerza la taza que lo contiene.

—¿Estás enojado? —Chūya niega—, ¿soy molesto? —Chūya vuelve a negar—, no es la primera vez, entonces, ¿por qué estás así?

Chūya permanece silencioso y luego de un rato más, Fyodor abandona la habitación.

A penas si son un par de días los que han pasado luego de aquel ataque, pero, una vez más, Chūya está perfecto. No siente dolor, no hay cicatrices. Lo único que retiene son recuerdos borrosos de él perdiendo el control y haciendo desastres en la cocina, para colmo, cada día que pasa se lleva un trozo de imagen más y pronto en su cabeza volverá a quedar nada.

Fyodor se mantiene a lado de la puerta, hombros tensos y ojeras profundas. Sabe que Chūya se está dando cuenta, que su irritabilidad y perspicacia naturales vuelven cada vez con más intensidad y que pronto no podrá controlarlo. Chūya es violencia, rabia, y al mismo tiempo sensibilidad y calidez, ¿cómo conviertes lava en hielo?

Chūya abre la puerta y ambas miradas se encuentran: Fyodor le extiende la mano, Chūya, aunque duda, no tarda mucho en ceder y alcanzarlo, acurrucándose lentamente en sus brazos.

El sol no debería estar así de cerca de la luna porque no es natural, pero, para empezar, sus habilidades no son naturales, tampoco que un muerto esté tan vivo y su cuerpo sea así de tibio.

—Lo siento —Fyodor no sabe pedir perdón, pero siempre que ve la confusión llenar los ojos de Chūya, no puede contener aquella palabra que parece ahogarlo.
—¿Por qué?

Por lo que te hago.

Un corazón frío y vacío es perfecto para llevar a cabo sus planes. Los demonios no deben ser así de influenciables, no hay espacio para errar.

—¿Cómo te sientes?

Chūya no parece un ángel, pero tampoco se acerca a lo terrenal. Es más como ese otro demonio que aparece en las pesadillas que por ratos se convierten en sueños; una hermosa tentación letal.

—Estoy bien. Puedo hacerlo. ¿Cuándo será?

¿Todavía es un buen momento para detenerte? Saber la respuesta no hace que deje de preguntarse.

Sus desafiantes ojos azules una vez derrumbaron todo dentro de Dazai; hoy, sus afilados ojos ambarinos destruyen todo en lo que Fyodor una vez creyó. Huir es razonable, es lo mismo que Osamu hizo. Es lo que cualquiera con sentido común haría. Empero, Fyodor nunca desiste una vez se fija la meta.

—Mañana, Chūya, mañana —el agarre de Fyodor se intensifica, como si tratara de unir su carne y sangre con la de la pequeña bestia herida en sus brazos.

No es posible.

Lo que debe permanecer unido, permanecerá.

Lo que deba ser sacrificado, se sacrificará.

Reacio, Fyodor suelta a Chūya y lo insta para que vuelva a su habitación.

Luego, una noche nunca pasó tan rápido.

Por la mañana, Chūya busca a Fyodor dentro de su pequeño departamento, pero no está; hay un paquete de comida pre cocinada sobre la parrilla eléctrica, que no calienta. En cambio, se apoya en el marco de la única ventana en el lugar y observa detenidamente lo que hay enfrente.

Es un atrevimiento extremo colocar su base aquí, pero Fyodor insistió en que era seguro, además de barato. Chūya no pudo refutar.
A través de la pequeña ventana se observa el azul cegador del cielo que se une en el horizonte con el mar; el puerto es bastante ruidoso, con barcos llegando cada tanto y gente moviéndose de acá para allá. Las personas con trajes negros son varias, es evidente que pertenecen a la Mafia pero nadie parece demasiado preocupado porque esa gente peligrosa esté allí. Chūya se cubre la boca con la mano y bosteza mientras los mira con insistencia; no ha olvidado el latido que sintió la última vez. La aprehensión en su pecho al escuchar su nombre siendo pronunciado por el hombre que mató…

El pestillo de la puerta hace ruido antes de abrirse:

—¿Por qué no comes? —Sin darse la vuelta, Chūya se encoge de hombros—. ¿No te gusta?

¿Cómo decirle que sí? Que la comida de las tiendas le parece asquerosa, que su paladar le pide comidas, bebidas, carnes: finas. Ni siquiera recuerda haber probado algo de alta calidad, pero en los últimos meses el estómago se le revuelve con sólo pensar en volver a comer la bola de arroz de siempre, o el té de la lata verde que es más barato que los demás.

—Desperté sin mucha hambre.
—Estos días, nunca tienes mucha hambre. Te enfermarás.

Con pasos lentos, Fyodor se acerca a él y lo insta a darse la vuelta: sostiene una cajita transparente con varios bocados de pastel dentro que le ofrece, Chūya duda e intercala su mirada entre Fyodor y los postres.

—Son bonitos.
—Para ti.

Chūya se anima por fin a tomar la caja y la abre, el olor empalagoso de los pasteles se esparce por todos lados… Hablando de comida gourmet, el regalo definitivamente entra en la categoría.

Se ven tan caro.

El sello con letras doradas en la base del empaque, el listón rojo que lo envuelve. La cuidadosa hechura que reluce en cada postre. De pronto Chūya se siente como un maldito malagradecido. Fyodor siempre lo procura con lo mejor que tiene y él sólo puede quejarse porque no consigue satisfacer esos impulsos extraños que vienen de un lugar que desconoce.

—Gracias.

Pone con mucho cuidado el regalo sobre la mesa y se apresura a abrazar a Fyodor, Fyodor lo sostiene con cuidado y aunque se esfuerza por contenerlo, le revolotea el corazón. Se siente acogedor y dulce, tentador. Al mismo tiempo duele un poco porque es un sentimiento que nunca debió nacer.

Tampoco él.

Cerca del anochecer, los pasteles siguen intactos. Chūya no quiere comerlos porque son demasiado bonitos y además, hace apenas un rato que adquirieron un nuevo significado: mirando por la ventana, mientras el sol se ponía, vio varias parejas encontrándose en el puerto. Ellos se tomaron de la mano, se abrazaron y las chicas dieron regalos, luego hubo besos y muchas sonrisas.

Ah. Es el coqueteo de San Valentín.

Con el pecho lleno de calidez, Chūya se acomoda la capa antes de salir y encontrarse con Dostoyevski. La imagen del ruso parado en medio de la noche, con la luz de la luna bañando de una especie de aura mística sus ropas blancas, su tez pálida más allá de lo humano y el semblante tranquilo, hace a Chūya trastabillar.

Estoy enamorado. De ti. De verdad. De verdad te amo.

—Estoy listo.

Fyodor no lo mira y empieza a caminar.

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