Hurt XIII {Soukoku}

By KyuNaFish - 5:00 p.m.





Aquí también está nevando.

Si miras el calendario la primavera se ve cercana, pero el sentimiento de frío extremo y días grises, tristes, parece interminable. Fyodor se sienta en el balcón a pesar de todo, a lado de la silla que Chūya siempre usaba; de vez en vez la mira de reojo y se imagina que el pelirrojo está allí, siendo melancólico y hermoso, inspirador y, sobre todo, doloroso.

Mirando al pasado, es cómico el cómo conoció a Chūya porque parece un encuentro planeado por el destino; engañoso, porque en cualquier historia a quien conoces por culpa de un empujón, es siempre tu amor verdadero y con quien te quedas al final.

Sin embargo, hoy es Fyodor quien está mirando la nieve caer en completa soledad.

Durmiendo en una cama que lo asfixia con los recuerdos de un cuerpo que creyó poseer, pero nunca obtuvo del todo.

Comiendo en una mesa que guarda miradas tristes y pedazos de conversaciones irreales.

Respirando en el aire los retazos de aroma que Chūya dejó antes de marcharse.

La empleada doméstica hace pequeños ruidos a veces cada que limpia las habitaciones, es tan correcta y respetuosa que a Fyodor le molesta. Chūya era una tormenta, siempre estaba cantando y yendo de un lado para otro, cambiando las cosas de lugar cada dos por tres. Ni siquiera el alfombrado en el suelo era capaz de tragarse el ruido de sus fuertes pisadas.

A ratos estaba tan vivo y era la representación humana de todo lo que Fyodor alguna vez añoró.

—Hey. —Fyodor se sacude un poco al escuchar una voz detrás de él—. Cierra esas malditas ventanas, hace frío y tengo hambre.

Hay días en que dicha presencia lo descoloca por completo porque se hunde en sus tristes pensamientos sobre Chūya y su abandono.

—¡Do, hazme caso maldita sea!

Pero este rubio imbécil que hace berrinches por todo y se burla de hasta la más mínima tragedia…

—Sólo a ti se te ocurre mantener ese maldito balcón abierto en estas fechas, ¿qué no vez que…?

Físicamente no se parece en nada a Chūya, porque es rubio, alto y de una piel tan pero tan blanca y suave que tocarla se siente como beber lecha tibia. Sus ojos son pequeños y cerúleos, además de que su timbre de voz es demasiado chillón para ser soportable. Sin embargo, sus comportamientos a veces son agradables.

A veces son como los de Chūya.

De vez en cuando sus ojos brillan con inocencia y felicidad absurda, es ruidoso y parlanchín también. Va de un lado para otro susurrando cosas, y aunque hace poco que se instaló, se siente amo y señor de toda la casa ahora.

—Do, ¡está nevando!

No es su amante, no. Porque a pesar de que Chūya siempre creyó lo contrario, Fyodor no es ese tipo de persona. Su parecido con Dazai lo condenó de alguna forma frente a esos ojos azules que constantemente lo veían con un velo de duda en la superficie, como preguntando en qué momento le iba a fallar.

—Carajo, ¡hazme caso, Do!
—Deja de acortar mi nombre de esa forma tan vulgar. —Fyodor avanza hasta él, hasta la ventana del balcón donde Chūya también solía pararse a mirar.
—Cuando éramos niños no pensabas que fuera vulgar… Do.

Fyodor lo mira con desdén, aunque Gogol no le esté prestando atención porque está demasiado embobado con la nieve. Es estúpido y luce como un crío, como un mocoso tan vivo…

No es su amante, no. Fyodor lo repite como un mantra dentro de su mente. Pero es su mejor amigo y lo quiere. Recientemente lo desea. Anhela absórbele esa vida que Chūya le negó.

¿Está mal?

Fyodor sabe que esta vez Chūya no volverá y aunque duele, ya no importa.

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