Chūya ahogó un gemido, mitad placer,
mitad dolor. Sus ojos nadaban en lágrimas que obstinadamente se negaba a dejar
caer y su rostro, rojo y brillante por el sudor, se deformaba de una forma
erótica. Dazai lo veía desde su posición arriba, relamiéndose los labios y con
los ojos medio cerrados.
Se sentía bien tener a alguien como Chūya
debajo; vulnerable y sometido. El niño que desafiaba con cada parte de su ser,
el renegado e indomable. El inocente, puro, delicado y hermoso Chūya.
Dazai se inclinó más hacia adelante,
levantando la pierna derecha de Chūya también para poder enterrarse más
profundo. Chūya, con la voz rasposa y apenas entendible, jadeó y le enterró las
uñas en los brazos. Dazai siseó en respuesta y golpeó con más fuerza, más
rápido; Chūya se apretó a su alrededor y gritó.
El sonido resultó glorioso y alucinante.
Había empezado como mera distracción,
algo para deshacerse un poco del aburrimiento. Obviamente Dazai fue el de la
idea y Chūya lo sabía; desde el momento en que entendió los coqueteos del
castaño, las palabras lascivas respecto a su apariencia a veces demasiado
femenina, los roces innecesarios entre sus cuerpos. ¡Oh!, Chūya por supuesto
que sabía, que el bastardo de Dazai sólo estaba jugando con él.
Pero estaba bien porque Chūya también
quería jugar.
Era imposible saber lo que Dazai pensaba
o siquiera pretendía, pero para Chūya era fácil, al menos, entender lo que el
cuerpo de su compañero deseaba, y eso, era él.
A pesar de que llevaban meses encamándose
y de que su relación en general no cambiaba fuera de eso, Chūya lo sentía: la
desesperación de Dazai era cada vez más intensa, su cuerpo despertaba con más
facilidad y el deseo pronto se estaba convirtiendo en anhelo.
Y si Dazai se pensaba poderoso creyendo
que sometía a Chūya, Chūya se sabía ganador porque ahora, Dazai le pertenecía, de
alguna forma, al menos.
—Osamu. —Dazai entreabrió los ojos y lo
miró—; estoy llegando. —El castaño pareció descolocado por un segundo, pero
luego de un momento se limitó a asentir y volvió a cerrar los ojos—. Osamu…
—¡¿Qué?! —Esta vez gruñó.
—Mírame.
Chūya esperó hasta que Dazai lo obedeció
de mala gana y centró sus ojos en su rostro, abrió la boca entonces y dejó que
sus suspiros y tímidos gemidos emergieran con total libertad. Tomó una de las
manos de Dazai que descansaban cerca de su cabeza y la acercó a su boca:
—Demonio sin dueño... —Canturreó y
enseguida sacó la lengua para empezar a lamer la palma frente a él. Sintió cómo
el cuerpo de Dazai se tensaba y sus embestidas se volvían más frenéticas y
precisas, luego empujó esa misma mano hacia abajo, para que los húmedos dedos
de Dazai se enredaran alrededor de su erección y tiró de sus cabellos para
aplastarlo contra su boca.
Dazai realmente tenía un fuerte desprecio
por los besos y Chūya no sabía por qué; así como tampoco sabía la razón de que
esta vez no lo estuviera rechazando.
En realidad sus bocas se acoplaron bien
muy rápido y pasaron de un simple roce de labios a una torpe y desenfrenada
pelea con sus lenguas. Chūya le gemía en la boca y Dazai se tragaba cada sonido
con recelo.
Que Chūya se corriera no detuvo a Dazai.
Y que sólo unos minutos después Dazai
también lo hiciera tampoco significó un alto.
Se mantuvieron mucho más tiempo que el
acostumbrado enredados en las sábanas, y lo más sorprendente fue que Chūya
estuvo arriba casi todo el tiempo. Se besaron y abrazaron largo rato, mirándose
intensamente a los ojos por momentos que duraron pequeñas eternidades.
Chūya fue el primero en sucumbir a la inconsciencia
y al día siguiente, cuando despertó, por supuesto que Dazai ya no estaba allí.
Pero lo encontró más tarde en los
cuarteles y fue una sorpresa agradable cuando Dazai lo acorraló contra una
pared y lo volvió a besar, incluso con más pasión que la noche anterior.
—Me gustas, enano.
Ah, sí. Chūya sonrió aunque fue un
insulto porque definitivamente había ganado este juego.
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