No se supone que ese tipo de cosas se recuerden porque vamos, ¿quién
de verdad piensa que puede saber exactamente qué es lo que dijo cuando era un
niño de sólo 6 años? Pocos son los afortunados que llegan a retener episodios
de su infancia, retazos de imágenes que a veces parecen incongruentes cuando se
piensa en ellos, sin embargo, aquí está Ozaki Kōyō,
saboreando en su mente la promesa que hizo hace exactamente veinte años.
¿Cómo es eso posible?
Ni ella misma lo sabe, pero si cierra los ojos con fuerza y se
concentra, puede oler el perfume maderoso de aquel hombre. Puede verlo
sonreírle y acariciarle la cabeza con un cariño que no es posible describir con
palabras. ¿Era su padre? Espera que no, porque no quiere manchar ese recuerdo
sabiendo que fue él quien la abandonó a su suerte en las puertas de la Mafia. Como
sea, este hombre sin identidad clara es fácil de recordar, y Ozaki se felicita
a sí misma pensando en que si él pudiera verla, en lo que se ha convertido,
estaría orgulloso.
¿Por qué?
Eso sí es fácil de responder.
Era el primer día de Kōyō con la Mafia y ella tenía mucho miedo porque
no sabía exactamente qué hacía allí. Hombres de negro y caras intimidantes
merodeaban alrededor de ella, algunos otros sujetos que parecían menos rudos
sólo le dirigían una mirada con el ceño fruncido y seguían su camino sin
detenerse a más. El ambiente fue aterrador en aquella habitación, eso hasta que
él llegó, con su ropa llamativa y de diseñador, con su cara bonita y su sonrisa
cálida. «Una muñeca hermosa», le
había dicho mientras le extendía la mano y la conducía por otros pasillos, sacándola
de ese horrible cuarto; «verás, este
lugar no es para ti, pero sí para tu don». Hizo una pausa y la empujó
ligeramente hacía otra puerta entreabierta, «lo
siento, no soy tan importante para salvarte, pero esperaré por ti, de verdad.
Ahora, entra allí y mantén la cabeza en alto, ¿de acuerdo?».
Él también le había pedido «mantener la cabeza en alto» cuando lo vio
por última vez, además de que la animó a ser amable con cualquiera que llegara
allí y lo mereciera. «¿Me lo prometes?»,
eso y la sonrisa más radiante que Ozaki había visto en su vida, fueron las
últimas cosas que pudo obtener de él.
Regresando al presente, estaba bien consigo misma. Kyōka era una gran
muestra de que cumplió con su promesa. La niña ahora estaba en un buen lugar…
Sin embargo, era el pequeño hombre que dormitaba en su sofá quien sin duda, se
convertía en la máxima expresión de lo que las palabras del hombre en sus
memorias hicieron con ella.
Chūya, su adorado y precioso Chūya.
Kōyō fue a sentarse junto a él, despertándolo apenas, Chūya reaccionó
lentamente y la miró con los ojos cerrados: «hermana
mayor», susurró antes de acomodar la cabeza en su regazo. Kōyō sonrió
tímidamente, amaba cuando el pelirrojo la llamaba así.
Su hermano menor.
Quizás fue codiciosa con él. Tal vez también debió conseguir, de
alguna manera, la que fuera, que alguien con un corazón tan puro como el de
Chūya saliera de la Mafia así como lo hizo Kyōka… Pero bueno, no sucedió y
ahora era demasiado tarde.
De todas formas, Kōyō apretó más fuerte la cabeza de Chūya contra su
regazo y se inclinó sobre él hasta casi abrazarlo.
Era cálido y tranquilo.
Su invaluable Chūya.
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