Arrastrándose siempre demasiado profundo, olisqueando con su nariz
maestra lo importante. Recogiendo trozos de conversaciones y armando con ellos
poemas hipnotizantes, deliciosa prosa que hace vibrar rincones inexplorados.
Perturbadores ojos rojizos que achechan por la noche en las esquinas.
Presencia maligna que incomoda y eriza el vello de la piel en lugares
innombrables. Voz aguda y penetrante. Manos duras, frías y ágiles que
estremecen. Risa calma y a ratos maniaca que congela al sol.
Oscuridad que llega cuando él pisa. Secuaces violentos, ratas rabiosas
y enloquecidas que siguen a su rey.
Fyodor Dostoyevski es más que sólo un cerebro oscuro e inteligente, es
más que ese cuerpo alto y delgado que se pierde en las sombras fácilmente. Es
más que el rey de sus rastreras ratas. Es más que un simple enemigo a la hora
del té.
Fyodor Dostoyevski es ese alguien tan perturbado y podrido como él, ese
alguien que necesita desde hace años en su vida.
La explosión de un volcán. La marea más alta de un tsunami. El
movimiento más violento en medio del terremoto. La palabra más vulgar jamás
pronunciada, la decisión más cruel de un Dios. Esa cosa. Ese ser, que lo lleva
a lo más alto y bajo de sus instintos humanos.
Fyodor Dostoyevski es el rival de día en el campo de batalla.
Fyodor Dostoyevski es el rival de noche que se enreda en su cama.
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