Fyodor nunca fue alguien muy adepto a
este tipo de celebraciones, sin embargo, asistió a la famosa fiesta de
disfraces que se llevaba a cabo cada año en su universidad, donde en algún
momento de la noche, entró de repente, —por la puerta principal y como
brillando con luz propia—, este chico pelirrojo de primer año vestido de bruja.
Suena gracioso cada que lo recuerda, claro,
porque por más delgado y pequeño que fuera Nakahara, seguía siendo hombre,
además de que el concepto de «bruja» siempre te hace pensar en alguien verde,
narizón y con verrugas. Ah, pero ese día, Nakahara era alguien para considerar; vestía totalmente de negro: pantalón de
cuero ajustado, camisa de encaje con cola—tal vez demasiado reveladora—, botas
a media pantorrilla con un tacón de aguja considerablemente alto, un sombrero
ridículamente grande y una estúpida escoba.
Para cuando pasó cerca de Fyodor y lo
saludó… ¿Por qué lo hizo? Ni siquiera se
conocían… Fyodor fue capaz de notar sus uñas largas y puntiagudas, pintadas
de rojo. Sus ojos estaban delineados de un negro espeso y una sutil sombra
rojiza coloreaba sus parpados también. Su perfume olía intenso, como frutas
rojas y prohibidas.
Y es que, en efecto, Nakahara era el
fruto prohibido más apetecible que podías encontrar en ese lugar. Novio del
hijo del dueño de la escuela, ni siquiera podías mirarlo más de dos segundos a
la cara porque Dazai Osamu iba a hacerte algo muy malo.
De verdad, muy malo.
No obstante, Fyodor era este tipo de
estudiante extranjero que no veía la diversión si algo no estaba prohibido, y
esa noche de Halloween caminó hasta Nakahara cuando su novio no estaba cerca
para decirle, con la cara más arrogante y sexy que sus facciones le permitieron
hacer «tendría que decirle que me ha hechizado en cuerpo y alma».
Por supuesto, Nakahara sólo se rio y para
cuando Dazai se enteró de esto, hizo lo mismo.
Ahora son contadas las veces que Fyodor
sale de su dormitorio.
0 comentarios