A Dazai realmente le gustaba quedarse
tumbado en su cama, leyendo un libro o navegando en internet, con una taza de
café siempre dispuesta en la mano y muchas mantas donde poder esconderse.
A Chūya realmente le gustaba estar fuera,
corriendo por las calles sin protección alguna y dejando así que las frías
gotas mojaran por completo su piel. El verde que las plantas tomaban cuando
estaban tan mojadas como él era digno de admirarse de cerca, además de que el
olor a tierra mojada sólo se podía inhalar correctamente si estabas en el
exterior.
A Akutagawa realmente le gustaba mirar
por su ventana; la gente que corría allá abajo, las gotas que se deslizaban
suavemente en su cristal, los relámpagos que de vez en cuando atravesaban el
cielo y las nubes que poco a poco se secaban y desaparecían en el horizonte.
Sin embargo, lo más agradable de esos momentos era que los hombros de Atsushi
descansaban bajo su brazo, porque el menor le tenía miedo a los truenos y todos
los días lluviosos corría a refugiarse con él.
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