Atsushi corre calle abajo con todas sus extremidades ya en modo tigre; desde las azoteas cercanas, al menos 60 activos de la Mafia Portuaria le apuntan con rifles francotiradores y disparan a matar. Higuchi está con ellos, transmisor y micrófono ajustados en la diadema que le rodea la cabeza:
—Seis balas lo rozaron. —Dice. Se escucha un chasquido de molestia por
el comunicador y enseguida, Akutagawa aparece junto a ella, ojos agudos y ceño
fruncido—. ¡Señor! —Higuchi saluda.
Sin decir nada, Akutagawa salta hacia la calle y corre detrás de
Atsushi. Impulsándose con ayuda de Rashōmon, no le cuesta nada alcanzarlo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Atsushi
lo mira de soslayo, pero no se detiene—. ¿Seis balas? Qué patético.
Los disparos siguen lloviendo sobre ellos y Akutagawa los evade
fácilmente, por el contrario, Atsushi no puede deshacerse siquiera de su
compungida expresión cuando una bala le atraviesa el abdomen totalmente… Y a
esa le siguen por lo menos tres más.
—¡Deténganse! —Higuchi grita sin querer en el micrófono y Akutagawa se
quita el suyo inmediatamente, lo arroja con molestia al suelo y lo pisotea
antes de dirigir su atención al hombre tigre junto a él.
El peliblanco está tirado en el suelo boca arriba, sus extremidades ya
son humanas y en varias zonas de su camisa blanca puede verse la sangre
filtrándose poco a poco.
Akutagawa frunce el ceño y le da una patada. Atsushi jadea, hay un
rastro de lágrimas no regadas evidente en la comisura de sus ojos.
—Jinko… —Akutagawa se pone en cuclillas para estar más cerca de él—;
Higuchi ya debe estar encargándose de que alguien venga a revisarte. —Atsushi
niega sin muchas ganas y logra reincorporarse.
—¿Lo has visto? —Pregunta de repente, sin que parezca importarle el
que se está desangrando—. Siempre supe que se apreciaban más de lo que decían,
pero no creí que a tal grado… ¿Por qué…? —Atsushi deja la pregunta colgando un
momento mientras mira al suelo; a continuación, levanta la cara y posa su mano
en el hombro de Akutagawa, tomándolo por sorpresa—: eres preciado para mí. —Susurra—.
Si muero primero que tú, no quiero irme sin que lo sepas. —Akutagawa parpadea y
su rostro se torna blanco.
No responde nada.
Higuchi llega pronto a su lado y se encarga de que un par de médicos
revisen a Atsushi, aunque este les dice amablemente a todos que no es la gran
cosa y que no se preocupen, después de todo, su habilidad le permite
recuperarse en poco tiempo.
Se pone de pie rápidamente y se sacude un poco el polvo de la ropa
antes de despedirse de sus compañeros de práctica.
Akutagawa se reincorpora y esconde las manos en las bolsas de su abrigo,
Higuchi lo mira en silencio y está a nada de decir algo cuando Akutagawa le
indica con la mirada que no lo haga.
Dado que la ropa de Atsushi es un desastre, lo primero que le pasa por
la mente es dirigirse a la Agencia para cambiarse, no obstante, la imagen de Kyōka
y Kōyō compartiendo un helado en el parque de la otra calle hace que se
distraiga un poco; Kyōka sostiene un cono de lo que parece ser nieve de fresa,
hay un ligero rubor en sus mejillas y el atisbo de una sonrisa pequeña se
dibuja en la comisura de sus labios, Kōyō sostiene sobre ellas su
característica sombrilla roja y al contrario de Kyōka, ríe abiertamente, pero
Atsushi encuentra en sus ojos el halo de profunda tristeza que ya se acostumbró
tanto a ver.
Sin querer interrumpir el pacífico momento, continúa caminando.
No tarda mucho en llegar a la Agencia. En el café que hay debajo se
detiene un momento para saludar a Lucy, la ex Gremio le regala una sonrisa
adorable y un chocolate con la excusa de que quizás sus niveles de glucosa son bajos
y por eso está tan pálido últimamente.
En la oficina todo está como siempre; Kunikida no para de teclear en
su computadora mientras Ranpo se intoxica ligeramente con la sal de su bolsa de
papas, Tanizaki trata de concentrarse en un par de papeles ignorando
inútilmente que Naomi se aprieta contra él desde atrás. Yosano no parece estar
presente y Fukuzawa debe estar en su oficina, o correteando gatos sin dueño en el
callejón de al lado.
Justo cuando cree que nadie nota que volvió, es llamado:
—¿Y el inútil?
—Uh… —Atsushi retuerce un poco los dedos que esconde detrás de su
espalda—. No estaba… ¿conmigo? —Kunikida deja caer un sonoro golpe sobre su
escritorio y se gira para verlo.
—Tráelo.
Atsushi traga con fuerza y se apresura a huir, no sin antes desviarse
para un cambio de ropa veloz.
No hace falta buscar a Dazai realmente porque todo el mundo sabe dónde
está. Su «escondite» es un secreto a voces tanto dentro de la Agencia como la
Mafia y, aun así, nadie se atreve a molestarlo. Sólo Atsushi vaga cerca del
cementerio de vez en cuando, nunca se acerca del todo si no es necesario porque
prefiere mirar a su maestro desde la distancia.
La lápida de Sakunosuke Oda siempre estuvo limpia y con flores de vez
en cuando, sin embargo, desde hace dos años el lugar luce mucho más animado.
Dazai pone una camelia roja todos los días y se sienta al menos cuatro horas en
el lugar, con una botella de sake en la mano izquierda y un libro de poesía en
la derecha. Aunque en realidad no bebe, no lee, no dice nada. Nunca hace ruido.
El pasto cruje ligeramente cuando Atsushi lo pisa:
—Kunikida lo busca, me ordenó llevarlo de vuelta.
—At-su-shi… ¿Crees que puedes obligarme a ir? —Atsushi traga saliva y
pasa su peso de un pie a otro, incómodo por la sonrisa de Dazai. Al final niega
y deja caer sus hombros, mirando con pesar hacia el horizonte.
Dazai se burla de él y luego de ponerse de pie y guardar su libro en
uno de los bolsillos de su abrigo, le palmea el hombro suavemente—. Venga,
quita esa cara de pesar, nadie se te ha muerto.
El cuerpo de Atsushi se pone rígido inmediatamente y levanta la vista
para ver a Dazai, pero Dazai ya le está dando la espalda y caminando
tranquilamente hacia la salida. Atsushi se apresura entonces detrás de él.
—¿Cómo va tu entrenamiento con Akutagawa?
—Bien. —Atsushi no pretende agregar más, sin embargo, de soslayo ve
que Dazai lo mira y parece de verdad interesado, así que opta por ampliar sus
palabras—; la resistencia de Akutagawa ha mejorado mucho últimamente y a veces,
su tez luce menos pálida. Sigue siendo despiadado y cuando ataca no parece un
mero entrenamiento para él, pero… ¿Sabe? Cuando me lastimo demasiado luce en
verdad preocupado y eso me hace sentir bien.
Dazai asiente y sonríe a penas, con una melancolía mal encubierta y
repasando recuerdos que Atsushi casi puede ver; una punzada de remordimiento
vibra entonces en su pecho y vuelve a bajar la cabeza y quedarse un paso atrás,
sin saber qué decir.
—¿Cómo consideras a Akutagawa? —La repentina pregunta de Dazai hace
que Atsushi trastabille y juegue con los tirantes de su ropa, nervioso.
—No entiendo. —¿Está preguntando Dazai sobre si Akutagawa es
sobresaliente o no?
Dazai se burla por segunda vez de Atsushi, pero no se demora en aclarar—:
¿qué es Akutagawa para ti?
¡Oh! Un rayo de iluminación parece golpear al peliblanco de repente,
poniéndolo animado y confiado en seguida.
—Akutagawa es mi querido amigo.
Dazai tropieza con sus propios pies, pero no cae, su mirada aturdida
se posa en la cara de Atsushi y con tono incrédulo le pregunta «por qué», ¿por
qué lo considera así? Atsushi es rápido para responder, con una sonrisa
brillante todo el tiempo:
—Porque también soy su querido amigo.
Dazai está a punto de burlarse una vez más por lo estúpido que su
alumno puede llegar a ser, no obstante, una explosión que no suena muy lejana
los alerta a ambos y los hace correr.
Atsushi —por obvias razones— es quien llega primero, pero no avanza.
Aquí nunca fue muy poblado porque está cerca del puerto y la mayor
parte de la gente es miembro de pequeñas familias de humildes pescadores, sin
embargo, las casas acogedoras y coloridas siempre estaban animadas de alguna
manera: con los niños corriendo por las callejuelas, la música sonando en algún
lado, las mujeres lavando o colgando la ropa al sol mientas cotillean, pero
ahora…
Dazai llega jadeando un momento después y lo primero que hace es
reclinarse sobre sus rodillas, tratando de recuperar el aliento, Atsushi parece
reaccionar por fin y se gira para verlo: ojos bien abiertos y labios
temblorosos.
—Dazai, —su voz lleva un toque de urgencia y temor—, no mire…
Pero es demasiado tarde, las pupilas de Dazai se expanden y contraen al
segundo siguiente, dejándolo azorado. Respirando bocanadas de aire irregulares,
Dazai aprieta ligeramente los labios y despabila lo mejor que puede; le toma
cinco pasos llegar a lo que sería la entrada del pequeño barrio que ahora
mismo, no da paso a nada.
Nada.
No hay cadáveres, no hay escombros, no hay nada. Y eso es lo
perturbador. Pareciera que alguien se tragó un trozo de la ciudad y lo único
que dejó atrás fue un muro solitario arañado con palabras absurdas. Atsushi se precipita
a sacar el celular para llamar a Kunikida y ponerlo al tanto de todo mientras
Dazai mira, absorto, la pared frente a él:
«Tengo un plan nuevo: volverme loco».
Hay una ridícula calcomanía de ratón allí también.
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