Toda su vida Chūya tuvo que lidiar con
los estantes altos en el supermercado, donde tenía que dar saltitos ridículos
para alcanzar las latas que estaban arriba. En casa era un poco menos incómodo
porque podía usar un banco para ayudarse, pero aún así… Ser pequeño era algo
tan inconveniente.
Afortunadamente eso cambió a sus
veinticuatro años, cuando conoció en la librería de cerca de su trabajo a
Fyodor, el gerente del lugar que lo ayudó a conseguir un libro de recetas de
cocina antes de que tuviera que dejar su dignidad allí.
Y dos años después, en cada visita a las
tiendas de abarrotes o a cualquier lugar donde haya un estante al que parece
imposible llegar, Fyodor está a su lado, mirándolo con una pequeña sonrisa
mientras le alcanza lo que pide y le dice que le alegra que sea bajo, porque
así tiene una excusa para permanecer siempre a su lado.
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